Martes de la 2da. semana de cuaresma 2018

Es posible volverse tan competitivo y cuantitativo acerca de las cosas espirituales como acerca de las cosas materiales. Hay gente ascética que se considera “de la clase alta” así como hay gente exitosa que considera a los fracasados sociales como inferiores. (Sigue leyendo).

Antes de empezar mi noviciado, estaba haciendo un retiro extendido con el padre John y una  pequeña comunidad de laicos, un joven vino a quedarse unas semanas recién llegado de los exóticos ashrams y el zendo del oriente. Este chico lo sabía todo, él había leído todo y nos hizo sentir a la comunidad de laicos como simples provincianos y amateurs. El joven se veía en buena condición física, casi no hablaba, rara vez sonreía y se sentaba en una postura de quietud que hubiera llenado de envidia a Buda. Por si esto fuera poco, el muchacho era (por supuesto) vegetariano, y se abstuvo del alcohol cuando en una ocasión especial tomamos una copa de vino o  cerveza.

Una tarde, en la que andaba de compras, pasé por un restaurante y vi a través de la ventana a nuestro noble asceta devorando un enorme filete con un tarro de cerveza y  un cremoso postre al lado. Pensando en retrospectiva no estoy seguro si era su sentimiento de superioridad o mi sentimiento de inferioridad lo que me hizo tan crítico de él. Mucho tiempo después se lo mencioné al padre John, él no parecía sorprendido y claramente había entendido a ese joven mejor de lo que habíamos podido entender el resto de nosotros. Cuando se moderaron las expectativas sobre mi mismo me hice menos absoluto acerca de este tipo de cuestiones, y ahora pienso que tal vez ese chico (a quien nosotros tontamente habíamos puesto en un pedestal) era sólo un practicante genuino, no sin ego, quien simplemente necesitaba un día de descanso.

Nuestra dureza de juicio acerca de los otros está invariablemente ligada con la actitud hacia nosotros mismos, con nuestro sentido de competencia o vergüenza de fallar o de simplemente no estar a la altura. Si le hacemos daño a otros nos lo hacemos a nosotros mismos, nos descubran o no. De manera similar, si juzgamos condenatoriamente a otros (lo cual no significa que no necesitamos espíritu de discernimiento acerca de las personas) podemos causarnos angustia. No juzgues y no serás juzgado.

Tal vez, a la raíz de los peores casos de persecución política u opresión religiosa, hay un miedo infantil de no ser aprobados por aquellos de quienes anhelamos aprobación, aún y cuando hayan dejado este mundo hace mucho tiempo.

Qué alivio y liberación se siente cuando se descubre en el espacio interior de la meditación que esos juegos emocionales y mentales son mera fantasía. Son juegos que no nos producen gusto y se entretejen cada vez con más fuerza en nuestro espíritu. Cuando estos juegos se desvanecen de nuestro mundo interior somos dejados en libertad, y nos dejan salir a jugar en el mundo real como hijos de Dios.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Aracely Ornelas Duarte (WCCM México)

 

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