3er. domingo de cuaresma 2018

Lecturas: Ex 20: 1-17 – 1 Cor 1:22-15 - Jn 2:13-25 (Sigue leyendo).

Después de la Pascua iré con un grupo de peregrinos al antiguo monasterio cristiano, Sta. Catalina, a los pies del Monte Sinaí. Donde Moisés, de acuerdo a la primera lectura de hoy, recibió los diez Mandamientos en medio de la nube que cubrió la montaña a la que subió después de haber dejado a la gente. Veremos también la zarza ardiente, que creo que ya no está en llamas. 

Hay un poder real – que beneficia nuestro viaje interior – para ser encontrado al visitar los lugares sagrados de nuestra tradición, y las tradiciones de otras religiones. La peregrinación simboliza el proceso de purificación, simplificación y transformación al cual llamamos nuestra senda espiritual – una jornada que no es menos interior que exterior porque la misma trasciende eventualmente todas las dualidades. Sin lo sagrado – en la forma de espacio, o tiempo, o ritual – nuestra vida es disminuida, desnutrida del poder del símbolo. Pero es fácil polarizar lo sagrado y lo secular, lo místico y lo racional; mientras, en esta búsqueda humana en la que estamos todos, es necesario que los mismos sean integrados y trascendidos.

El film Los Diez Mandamientos de Cecil B de Mille, un éxito de taquilla de los 60 con Charlton Heston en el papel de Moisés, era fiel a la mítica narrativa del texto de la primera lectura de hoy, pero es poco convincente y hasta jocoso en la actualidad. Tenemos que suspender nuestra incredulidad para leer este tipo de historia, no creerla literalmente. Perdiendo el punto, el fundamentalismo traiciona la revelación. En ese estado de suspenso, puede ser sentida la verdad del símbolo. El darnos cuenta de esto, es parte del viaje espiritual que hacemos desde la niñez a la edad madura.

San Pablo maduró con una explosión – evidencia de lo cual vemos en la segunda lectura – cuando Cristo explotó en su consciencia. Él sufrió la ruptura de la dualidad que sucede cuando estamos inmersos en la paradoja, comparable a la ciencia ficción de los astronautas cuando llevan su nave a un agujero negro y encuentran nuevas dimensiones de la realidad. Para Pablo, Cristo es el ojo de todas las paradojas, crucificado y elevado, una locura para el mundo, sabiduría en la dimensión divina, aparentemente débil, pero realmente fuerte.

En el Evangelio de hoy, Jesús limpia el templo. Expulsa a los cambistas así como a aquellos que lucran con el sacrificio de los animales. Las autoridades están indignadas, y con buenas razones. Sin los comerciantes, ¿cómo se auto-sustentaría el Templo, como sin duda, fueron enseñados que debía ser? Tal conducta es también pésima para el turismo,  como se demostró con los ataques terroristas en Egipto, algunos años atrás. Pero cuando lo sacro se convierte en profano, exige ser destrozado, razón por la cual la historia de la religión está llena de movimientos reformistas.

Vemos al final del evangelio, sin embargo, que Jesús no estaba preocupado con llevar a cabo un movimiento exitoso. Si lo comprendes, síguelo. Si no, bueno, espera. Este desapego de su propio mensaje nos impulsa más allá de lo literal y de la dualidad a un más profundo nivel de la realidad, a lo alto de la montaña sagrada. Un meditador se dará cuenta al leer esto que también nosotros debemos purificar el templo de nuestro corazón de algún pensamiento o práctica, aunque sea razonable, que lo traiciona. 

Laurence Freeman OSB

Traducción: Marta Gemayr (WCCM Paraguay)

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