Jueves de la 3ra. semana de cuaresma 2018

Lo gracioso sobre la semilla es que aunque contiene un embrión viviente a menudo aparece como vacía.  Sosteniendo en la mano un puñado de semillas se puede sentir, en este el más pequeño y muy frágil de los comienzos, todo el potencial del ser viviente que crecerá, bajo ciertas condiciones. (Sigue leyendo).

El otro día tuve en mis manos algunos gatitos recién nacidos, aún con los ojos cerrados, mientras su madre ya crecida ronroneaba en la cocina en su modo felino. No mucho antes, ellos eran un minúsculo huevo fertilizado. Apresados por el tiempo, como estamos, considerando la edad que tenemos, y lo que nos falta aún, fácilmente olvidamos la continuidad de la vida en la cual comienzos y finales, semillas y cosechas, están entretejidos.

Primero la semilla produce finas raíces, se rompe y luego el vacío germina y estalla hasta su plenitud. La sabiduría oriental incorpora la complementariedad de estos aparentes opuestos: “plenitud es vacío, vacío es plenitud“. El paralelo cristiano es la Primera Bienaventuranza – pobreza de espíritu – como el enlace vivo al Reino de los cielos. Y si el Reino no es plenitud, ¿qué es?

En verdad, en verdad os digo, que hasta que el grano de trigo no caiga en tierra y muera, permanece solo, pero si muere, produce mucho fruto (Jn 12:24).

La Cuaresma nos ablanda para leer el lenguaje de las paradojas. La combinación de dejar algo y hacer algo extra se convierte en un trabajo de ascesis. Físicamente enviamos un mensaje a nuestra mente profunda y si lo hacemos con una recta intención (para entrenar, no para castigar) la experiencia física es comprendida. Luego somos conscientes de una forma diferente de ver todas las cosas. La Cuaresma así nos prepara para la mayor de todas las paradojas en la gama de la experiencia humana: la muerte y resurrección. Ayer, escuché a un brillante escritor hablar mordazmente, tal como él lo ve, de los mitos y soportes generados por la religión. La paradoja aparece sin sentido hasta que no se descifre el código, y esto no sucede solo intelectualmente. Es la visión de la fe.

Wittgenstein, de manera no intelectual, lo entendió:

Y la fe es fe en la necesidad de mi CORAZON, mi ALMA, no mi inteligencia especulativa.                Porque es mi alma con sus pasiones, como lo fuera en carne y sangre, la que tiene que ser salvada, no mi mente abstracta. Tal vez solo podamos decir: solo el AMOR puede creer en la resurrección. O: es el AMOR el que cree en la Resurrección. Podríamos decir: el amor que redime cree incluso en la Resurrección; se mantiene firme incluso hasta la Resurrección.

Estoy saltando hacia adelante tres semanas, lo sé. Pero la Resurrección está comprendida en el significado de la Cuaresma. Y para prepararnos para una interioridad profunda en los tres días del drama de la Pascua, necesitamos preparar nuestra respuesta a la paradoja. Después de todo, esto impregna todos los momentos de nuestra vida.

La semilla muere para poder dar mucho fruto: ésta es otra clave comparativa que abre la puerta hacia la dimensión del núcleo de la realidad. ¿Es esta muerte como la imaginamos – es la muerte tal como la imaginamos y la tememos – a la luz de esta paradoja?  ¿Es un final o una transformación? ¿Un fin que se convierte en comienzo?  No podemos ver la respuesta a esto a no ser que caigamos al suelo. La caída es dejar ir, perder el control.

Laurence Freeman OSB

Traducido por Marta Geymayr (WCCM Paraguay)

 

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