Lunes de Semana Santa 2018

Inmediatamente después de la escena obscura y aparentemente sin motivos en que Judas vende a su maestro por dinero, Jesús instruye a sus discípulos para que preparen la cena de Pascua que celebrará junto con ellos. En esta celebración familiar, de amistad y solidaridad con el pasado, va a estar incluido el traidor. ¿Qué diríamos de Jesús como maestro si hubiera excluido a Judas?

El intercambio entre Jesús y los discípulos acerca de preparar la cena de Pascua en Jerusalén es muy detallado. Les dice qué hacer y a quién encontrarán y dónde – una habitación en un primer piso, con divanes y cojines: un espacio para comer reclinados, típico del medio oriente, no la mesa del siglo XV que pintara Leonardo da Vinci. La impresión que recibimos es que Jesús se está preparando activamente para lo que le va a suceder. Algunas personas que saben que van a morir y lo han aceptado, dejan de ser víctimas de su mortalidad. Desde el cuarto del hospital o en la recámara en que morirán, se vuelven más preocupados por los otros que por ellos mismos. La muerte se vuelve entonces una pascua para un grupo de personas unidas profundamente por nexos de amor y fe más que una extinción terrible e individual. Y dondequiera que hay amor y fidelidad, la esperanza nunca puede estar lejos.

El cuarto de arriba – más tarde llamado el cenáculo – no es sólo un salón rentado sino un espacio comunitario. La tradición dice que ese fue el cuarto en que los discípulos se juntaron más tarde el día de la Resurrección y luego para Pentecostés.

No es una comunidad virtual – tal como la entendemos ahora – sino una comunidad conectada e identificada con un espacio particular. Tal como Bonnevaux – con mayor frecuencia para nuestra comunidad – el espacio se siente lleno por una presencia viva.

Esta cena compartida (que luego se convirtió en la Eucaristía) debía ser una reunión alegre, pero una sombra acecha: la consciencia de la traición que se acerca. Los antiguos Padres de la Iglesia están de acuerdo en que Judas compartió el pan y el vino junto con los demás. Un detalle importante, pues nos muestra que la sombra en nosotros – y la obscuridad en el mundo, desde antes y desde entonces – se ve absorbida por la misma luz que trata de ocultar. Lo que aparece como una contradicción (como aquellos que excluyen a algunos de la Eucaristía), se vuelve entonces una paradoja en que la transformación se lleva a cabo y la realidad simplemente sucede.

Este es mi cuerpo; esta es mi sangre. Dos palabras griegas con significados distintos que se traslapan y apuntan al regalo que nos está siendo otorgado: Sarx (carne), Soma (cuerpo). Si Jesús quiso decir sarx, sería un regalo un poco macabro – el canibalismo que la gente pensaba que los primeros cristianos practicaban. Pero soma significa la plenitud de la persona encarnada. Si una mujer recibe resultados inquietantes de un análisis de sangre, su familia, al abrazarla, no sólo abraza su carne, sino a todo su cuerpo y persona. El dolor de la carne se ve mitigado por el amor experimentado en el cuerpo. Contar con abdominales y bíceps perfectos puede ser la envoltura atractiva de nuestro yo, pero somos queridos como toda la persona encarnada completa, aunque perdamos tono muscular y aumentemos de peso.

Antes del sufrimiento físico y mental para el que Jesús está preparando a sus discípulos, los estaba tocando, como dice Leonard Cohen, con su ‘cuerpo perfecto’ y, aún más, incluyéndoles en él.

 

Laurence Freeman OSB

Traducción: Enrique Lavín (WCCM México)

 

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