25 de marzo 2018

                                                         Photo credit: fabbriciuse on Visual hunt / CC BY-NC-ND

Un fragmento de John Main OSB, “Death and Resurrection”, MOMENTS OF CHRIST (New York: Continuum, 1998), págs. 68-70


La meditación es una forma de poder porque es el camino para entender nuestra mortalidad. Es una forma de enfocar nuestra muerte. Puede hacer esto porque es el camino más allá de nuestra mortalidad. Es el camino más allá de nuestra muerte a la resurrección, a una vida nueva y eterna, la vida que surge de nuestra unión con Dios. La esencia del evangelio Cristiano es que estamos invitados a esta experiencia ahora, hoy. Todos estamos invitados a morir, a morir a nuestra auto importancia, nuestro egoísmo, nuestras limitaciones. Estamos invitados a morir a nuestra exclusividad. (….)

Cada vez que nos sentamos a meditar entramos a los ejes de la muerte y la resurrección. Lo hacemos porque en nuestra meditación vamos más allá de nuestra vida y todas las limitaciones de nuestra vida hacia el misterio de Dios. Descubrimos, cada quién en nuestra propia experiencia, que el misterio de Dios es el misterio del amor, amor infinito—un amor que echa fuera todos los miedos. Esta es nuestra resurrección, nuestro surgimiento a la libertad plena que nace en nosotros una vez que enfocamos nuestra vida, muerte y resurrección. La meditación es una gran forma de enfocar nuestra vida en la realidad eterna de Dios, la realidad eterna que se encuentra en nuestros corazones. La disciplina de decir el mantra, la disciplina de regresar cada mañana y cada noche a meditar tiene un objetivo supremo —enfocarnos completamente en Cristo con agudeza de visión que nos ve a nosotros, a toda la realidad, como es. San Pablo le escribió a los Romanos:

Ninguno de nosotros vive, ninguno de nosotros muere solo por si mismo. Si vivimos, vivimos por el Señor, y si morimos, morimos por el Señor. Si, por lo tanto, vivimos o morimos, somos del Señor.

 

Después de la meditación: de Theodore Roethke, “The Far Field”, COLLECTED POEMS (New York: Doubleday, 1961), pág. 200

Aprendí a no temer al infinito.

El campo lejano, el arrecife ventoso de siempre,

la muerte del tiempo en la luz blanca de mañana,

la rueda dando vueltas lejos de ella misma,

la extensión de la ola,

el agua que se aproxima.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos