Viernes Santo 2018

Aparentemente, por donde le veamos, éste no es un buen día – en inglés Viernes Santo se dice Good Friday, que equivale a Buen Viernes, o Viernes Bueno – entonces, ¿Cómo podemos entender esta tradición que le llama bueno? Definitivamente no es que lo que pasa hoy – el triunfo de la injusticia y el asesinato impune de un inocente – sea bueno.

Tampoco porque la humanidad perdiera la oportunidad de verse cambiada por uno de los suyos que estaba adelantado – años luz – a su época. Es bueno por todo lo que fluyó de ese fracaso colectivo en aceptar el mensaje que este hombre transmitió y – para aquellos que le ven con los ojos de la fe – encarnó.

Cuando alguien que amamos muere, o cuando muere algún gran artista espiritual, como lo era Jesús, nos sentimos golpeados por todo lo que se ha perdido. Vemos los eventos que ya no podremos compartir con él; sufrimos la pérdida de esa participación en nuestra vida que antes nos enriquecía y que ahora nos deja sintiéndonos medio muertos.

La muerte tiene este efecto, pero a través del tiempo, conforme el trauma de la tristeza y la pérdida se reduce y nos enganchamos en los retos de la vida, descubrimos a pesar de nosotros mismos, que la ausencia no es nada más ese vacío grisáceo que pensábamos. Es una nueva y más espaciosa dimensión de la vida, a pesar del dolor, en que la presencia física y psicológica de la persona ausente se ve interiorizada. Esta presencia de lo ausente satura la consciencia, revelando lo espiritual de una manera que extrañamente lo realza y enriquece.

La muerte es siempre la gran perturbadora. Rompe con todas la rutinas. Por un tiempo vivimos en piloto automático esperando a ver si algo nuevo sucede – muchas veces sabiendo que no.

Pilato se ve sorprendido al saber que Jesús ha muerto tan pronto. El propósito de cualquier pena de muerte es el de tener el efecto más largo posible. Sin embargo, a un nivel más profundo de significado, el sufrimiento de Jesús no es la fuente principal de la buena influencia de hoy. No estamos siendo liberados, salvados, sanados, transformados de la ilusión por el sufrimiento sino por el amor que nos mostró aquél que no tuvo miedo de amar a Dios con su ser completo: pues tal como la fe cristiana se atreve a decir, su ser era uno con Dios.

También hemos podido ver el trabajo interno del pecado – miedo, crueldad, negación, falsedad, adicción al poder. El velo del institucionalismo religioso ha sido removido de las fachadas de la civilización y se ha partido en dos. Ver la vida a través de los ojos del crucificado, lleno de compasión, nos permite que no podamos ver ya jamás de la misma manera. Las viejas decepciones, hipocresías y miedos ocultos que corrompen todas las relaciones han sido desarticulados.

Esto nos deja devastados, pero no nos destruye. En lugar de las viejas rutinas que nos embotan, una cierta frescura del ser se va formando. Es muy pronto aún para descubrir esta vida nueva. Pero ya está concebida a través de la muerte, en la matriz de la tierra, esperando nacer, lista para comenzar entre nosotros ese crecimiento que transforma.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Enrique Lavín (WCCM México)

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