Sábado Santo 2018

Un día de transición. De escoger entre paciencia e impaciencia. De ‘esperar en alegre esperanza’ o de enojo y descontrol.

Le conté a alguien que un amigo mutuo estaba ‘en transición’, queriendo significar que estaba en uno de esos períodos de cambio en la vida. Esta persona me miró sorprendido. ‘Nunca lo hubiera imaginado’, me dijo. Como podría decirlo de mí, o de cualquiera en alguna fase de la vida, me sorprendió su respuesta. Luego poco a poco el malentendido fue apareciendo desde la esquina donde se esconden todos los malentendidos, pues había pensado que estaba hablando de un cambio de género.

Esta hubiera sido una transición mayor, llena de miedo, esperanza y anticipación por cualquiera que se sienta impulsado a hacerla. Pero, de hecho, la transición del Sábado Santo para el cristiano paciente, no lo es menos. Cuando reflexionamos en lo que está pasando en la profundidad de la tierra, lejos de nuestra vista, fuera del alcance de nuestra mente obsesionada con la dualidad, vemos que un cambio irreversible, que evoluciona, está comenzando a suceder. Habiendo cruzado el valle de la muerte, Jesús se sumerge profundamente en todas las etapas de materia y consciencia desde donde ha surgido el ser humano, a través de todas las emociones de la consciencia cósmica y planetaria.

Los iconos ilustran esto como el ‘descenso a los infiernos’, las regiones del inframundo que se mantienen intocables e incognoscibles para las funciones ordinarias de la mente humana. Son ajenas a lo que pensamos como civilización.

Al alcanzar esta profundidad de la creación, Jesús y tal vez todo aquel que muere, toca la fuente del punto de no regreso. En cada ciclo existe este punto de inflexión, donde el yin realiza la transición al yang y con el paso del tiempo, el yang se vuelve yin. En cada viaje hay un punto en el que cambiamos imperceptiblemente de ser aquel que se fue y nos volvemos el que regresa.

Hamlet atisba este viaje sobre el horizonte ‘de cuyo límite ningún viajero regresa’. Pero ¿qué sucede si un viajero regresa? ¿Qué tal si esa unidad que nos permite hablar de la humanidad como un todo y no sólo como una masa de individuos, fuera tocada y reunida en uno que hace el viaje, no sólo por él mismo, sino, lleno de compasión, con y por nosotros? ¿Qué diría eso de nuestra vida en la superficie de la tierra, de la unidad de la familia humana y del significado de la muerte, nuestro fin?

Valdría la pena esperar pacientemente, sólo para ver. Necesitaríamos paciencia para la llegada de ese momento de consciencia, llamado la visión de fe, donde vemos que el regreso ha sucedido porque está sucediendo. Surgir de esta profundidad sería más que una transición a otro punto del espectro. Sería una completa transformación, una unión de opuestos, conquistar el temor. No menos, de hecho, que una nueva creación. Aunque estuviéramos siguiendo los ciclos de la vida, ya estaríamos compartiendo la mente de aquel que regresa, mirando a través de sus ojos.

Sentiríamos como si junto con la humanidad, antes y después de nosotros, que finalmente estábamos despertando.

 

Laurence Freeman OSB

Traducción: Enrique Lavín (WCCM México)

Categorías: