6 de mayo 2018

                                                          Photo credit: juanmerkader on Visualhunt.com / CC BY-NC-ND

Un fragmento de John Main OSB, “Letting Go”, JOHN MAIN ESSENTIAL WRITINGS, Modern Spiritual Masters Series (Mary Knoll, NY: Orbis, 2002), pág. 127


Una de las cosas más difíciles de comprender para el hombre occidental es que la meditación no busca hacer que sucedan las cosas. Empero, estamos tan acostumbrados a la mentalidad de técnicas y producción, que inevitablemente primero pensamos que estamos tratando de diseñar un evento, un acontecimiento. De acuerdo con nuestra imaginación o predisposición, podemos tener diferentes ideas sobre lo que pasaría. Para algunos son visiones, voces, o destellos de luz. Para otros, conocimientos profundos y comprensión. Para algunos otros, mejor control sobre su vida cotidiana y problemas. Lo primero que debemos entender, sin embargo, es que la meditación no tiene nada que ver con hacer que algo suceda. El objetivo fundamental de la meditación es ciertamente lo opuesto, sencillamente aprender a volvernos totalmente conscientes de lo que es. El gran reto de la meditación es simplemente aprender directamente de la realidad que nos sostiene.

El primer paso hacia esto —y todos estamos invitados a darlo— es entrar en contacto con nuestro propio espíritu. Tal vez, la tragedia más grande de todo esto es que terminemos nuestra vida sin haber entrado en contacto plenamente con nuestro espíritu. Este contacto significa descubrir la armonía de nuestro ser, nuestro potencial para crecer, nuestra totalidad —todo aquello que el Nuevo Testamento y el mismo Jesús llamó “plenitud de vida”.

Con frecuencia vivimos nuestra vida al cinco por ciento de nuestro potencial. Pero por supuesto no hay métricas de nuestro potencial; la tradición Cristiana nos dice que es infinito. Si tan solo nos volteamos de nuestro ser hacia el otro, la expansión de nuestro espíritu es infinita. Es una vuelta total; lo que el Nuevo Testamento llama conversión. Estamos invitados a quitarnos las cadenas de la limitación, a ser liberados de ser prisioneros interiores de nuestro ego autolimitante. La conversión es justo esta liberación y expansión que surge cuando nuestra atención se voltea de nosotros hacia el Dios infinito. Es también aprender a amar a Dios, solo al voltearnos hacia Dios aprendemos a amarnos los unos a los otros. Al amar nos enriquecemos más allá de toda medida. Aprendemos a vivir de las riquezas infinitas de Dios.

 

Después de la meditación: “Finding a Teacher”, W.S. Merwin, MIGRATION: NEW AND SELECTED POEMS (Port Townsend, WA: Copper Canyon Press, 2005), págs. 206-207

 

ENCONTRANDO UN MAESTRO

En el bosque me encontré a un amigo pescando
y le hice una pregunta
y él dijo espera
los peces estaban subiendo en el río profundo
pero su línea no se estaba moviendo
así que esperé
era una pregunta acerca del sol,
acerca de mis dos ojos,
mis oídos, mi boca,
mi corazón, la tierra con sus cuatro estaciones,
mis pies donde estaba parado,
hacia donde me dirigía,
se resbaló entre mis manos
como si fuera agua
hacia el río,
fluyó entre los árboles,
se hundió, lejos, bajo los cascos de los barcos , 
y se fue sin mí,
entonces donde estaba llegó la noche,
ya no sabía que preguntar
podía ver que su línea no tenía anzuelo,
entendí que me debía quedar a comer con él. 

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos