Cuaresma 2012. Viernes de la 2da. Semana de Cuaresma

El mar ofrece a los navegantes dos encantos: el encanto de la partida, dejando la tierra, lanzándose hacia un horizonte siempre en retroceso, sobre las olas y sobre misteriosas y peligrosas profundidades. Y el encanto de volver a casa, entrando al puerto seguro, pisando el suelo familiar y retornando a la seguridad de la comunidad, dejando atrás la soledad del mar.

Cada uno de estos encantos se encuentra lleno de verdad sobre nosotros mismos y el viaje humano. Aprendemos a través del encanto. El gozo es el gran maestro cuya preparación es el sufrimiento, un reconocimiento de nuestra capacidad de ser. Pero estos dos aspectos de la aventura  del viaje humano dependen uno del otro para hacer eficaz el aprender el significado de la vida y saber hacia donde nos dirigimos.

Si no respetamos ambos lados de la moneda perderemos el verdadero sentido de la vida. El rechazar la seguridad y lo familiar puede llevarnos a una adicción al peligro y a la agitación. Corremos sin rumbo por el solo hecho de correr. Pero el miedo excesivo nos llevará a aferrarnos a lo siempre conocido, no viajamos suficientemente lejos del puerto y nuestro hogar se transforma en una prisión.

Encontrar el equilibrio – manteniéndonos a flote en todo tipo de situaciones – requiere mucho amor y devoción. Tan solo así podremos llegar a comprender en profundidad y llegar a vivir bien los problemas de la vida diaria.

La ansiedad y la confusión surgen porque hasta ahora hemos tenido un contacto de segunda mano con la realidad. El contacto de primera mano lo conoceremos viviendo espiritualmente y esto  puede llevarse a cabo tan solo desde el corazón de una paradoja: que nuestra partida sea nuestra llegada. Y tan solo al perdernos llegaremos a encontrar quiénes somos.

 

Laurence Freeman OSB

Traducción de Teresa Decker  

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