11 de marzo 2012

 

Una selección del libro JESUS EL MAESTRO INTERIOR de Laurence Freeman; pp. 222 – 224
Traducción: Magdalena Puebla
Editorial Bonum, 3ra. Edición junio 2008

El gozo de ser conscientes de la verdad es la bendición del Espíritu, porque borra la vergüenza de todos los fracasos anteriores. 

 

Conscientes de que este Espíritu de verdad está con nosotros como un amigo, estamos más capacitados para tolerar en los otros y en nosotros mismos lo que aún no ha alcanzado la plenitud del ser para ser completamente verdadero. La verdad es tolerante porque el Espíritu es un amor que perdona. Permite que lo no verdadero sobreviva por un tiempo, de la misma forma que un padre amoroso permite que su hijo cometa errores. La verdad abarca a los enemigos, en lugar de excomulgarlos. Esto se pone de manifiesto luego de muchas experiencias. No es un objeto ni una respuesta a ser contemplada y preservada. Cuando no haya ego que la verdad deba atravesar, la comunicación se expandirá hacia la comunión.

El espíritu es el no ego, el vacío ilimitado de Dios. Por lo tanto llena todo con su vacuidad y contiene “toda la verdad”. Solamente el vacío puede contener todo. Volviendo a nosotros en el Espíritu de verdad, como amigo y maestro, Jesús puede por lo tanto ser al mismo tiempo Dios y hombre, histórico y cósmico, personal y universal. Él es onda y partícula, totalmente individualizado, capaz de ser su yo individual único, e indivisible del todo. Esto hace que su muerte y toda muerte sean significativas y necesarias.

En el Evangelio de Juan, la Resurrección y el soplo del Espíritu son considerados como un hecho único. En el atardecer de la Pascua, Jesús vino y se paró entre sus discípulos, que estaban atemorizados en una habitación cerrada. La primera palabra que pronunció ante ellos fue Shalom. La rica palabra hebrea para “paz” invocaba la bendición de la armonía en todos los órdenes del ser. Shalom fluye  directamente de la divina armonía que es el Espíritu. Recibirla es compartirla más allá de toda comprensión.

Luego Jesús sopló su aliento de vida sobre ellos diciendo: “Reciban el Espíritu Santo”. Su aliento, que llevó sus palabras al interior de las mentes y de los ávidos corazones de sus discípulos, es un medio del Espíritu. Luego les dio el poder de perdonar los pecados. Este poder de perdonar a los que pecaron y que a su vez nos hicieron mal, es un carisma del Espíritu, porque el perdón elimina el mayor de los obstáculos de la comunicación. Sana la heridas, confiesa la verdad que nos libera, nos consuela en el dolor, calma el enojo, disuelve el resentimiento y posibilita la reconciliación de los enemigos. Quien conoce la verdad tiene el poder de perdonar. Jesús comprendió a sus enemigos y entonces pudo perdonarlos.

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

Aprendemos lo que es el Espíritu a través de su efecto en nosotros mismos: un amigo que no tiene favoritos y que libera el poder de amar y de perdonar sin fin. Está más allá de la observación,  pero lo reconocemos por las huellas de su pasaje silencioso, orientador, sanador y consolador a lo largo de nuestras vidas.

 

Después de la meditación: una selección de Bede Griffiths OSB del libro THE NEW CRETION IN CHRIST: CHRISTIAN MEDITATION AND COMMUNITY (Springfield, IL: Templegate, 1994, p. 77

La resurrección no consiste  meramente  en las apariciones de Jesús ante sus discípulos después de su muerte. Muchos piensan que estas apariciones en Galilea y en Jerusalén son la resurrección. Pero estas son simplemente para confirmar la fe de los discípulos. La verdadera resurrección es pasar más allá del mundo. Es pasar  de este mundo al Padre. No fue un evento en el espacio y en el tiempo, fue un pasaje más allá  del espacio y el tiempo hacia lo eterno, hacia la realidad. Ese es nuestro punto de partida. Es a ese mundo que estamos invitados a entrar con la meditación. No necesitamos esperar la muerte física, podemos entrar ahora al mundo eterno. Debemos ir más allá de las apariencias externas de los sentidos y más allá de los conceptos de la mente, y abrirnos a la realidad de Cristo que se encuentra en nuestro interior, el Cristo de la resurrección.