Cuaresma 2019: Lunes de la 4ta. semana.

Lunes de la Cuarta semana de Cuaresma. Juan 4: 43-54

Mientras estaba de camino de regreso a su casa sus sirvientes salieron a darle la noticia de que su hijo estaba vivo. Sigue leyendo.

El deseo es una espada de doble filo. Puede cortar a través de la confusión y las dudas y nos ayuda a comprometernos de todo corazón a una dirección y curso de acción. O se puede voltear contra nosotros e incapacitarnos. Ten cuidado con lo que rezas en caso de que se te conceda, es la sabiduría antigua. Tener cuidado sobre tus deseos es igualmente importante porque decide si progresamos o nos quedamos atorados en la trayectoria de la trascendencia, la cual es nuestra verdadera vida.

Los padres ansiosos por un hijo enfermo o caprichoso sienten un apabullante deseo de ayudar al niño, a sacrificarse por el pequeño de cualquier forma que sea necesaria. Este deseo es tan instintivo que difícilmente pensamos que sea deseo de la forma que generalmente pensamos, sino como una necesidad arraigada en nuestra más profunda naturaleza. Compara esto con el deseo aplastante de un político de ser elegido, alguien que escale la jerarquía para llegar más alto o un atleta que se prepara para competir y ganar. En estos casos el deseo también conduce a estar dispuestos a sacrificar tiempo y aun salud para conseguirlo. Si esta ambición está motivada por el deseo de hacer el bien o por el ego es un asunto de auto discernimiento. Administrar el deseo, para que no se convierta en una obsesión que consume toda la atención o una fuerza destructiva, requiere valiente autoconocimiento.

Con el deseo viene el apego. Esto significa que una parte profunda de nuestra identidad se fusiona con lo que deseamos. Con el apego viene el sufrimiento, el dolor de esperar tener éxito o el temor de perder o fracasar. Aun con le euforia del éxito el alivio del dolor no dura mucho antes de que nos preguntemos cuanto va a durar. Así que la sabiduría antigua nos aconseja desarrollar el hábito del desapego para poder manejar el deseo. No podemos vivir sin deseo, pero, no administrado, el deseo puede succionar la alegría y la libertad de la vida. La meditación es la forma más sencilla y natural para desarrollar este hábito de desapego, el mejor seguro contra los peligros del éxito y el fracaso. Tiempos como la Cuaresma y en particular las prácticas de autocontrol y un compromiso más profundo también ayudan a aflojar el agarre del apego. Liberan una parte de la identificación que hemos hecho entre nosotros y el objeto del deseo. Aceptamos que tenemos cosas que deseamos, pero no sobre invertimos en ellas. Sin importar cuán grande sea el deseo, recordamos que no somos lo que queremos. La buena disciplina nos libera.

Luego está el deseo de ser iluminado, por Dios, por la santidad, y el deseo de no tener deseo. Esto necesita ser manejado con mucho cuidado. Puede producir grandes frutos y liberación, o nos puede provocar mucha distorsión del alma y hacernos insufriblemente aburridos para otros. Cuanto mayor sea el bien que deseamos, mayor es el desapego que necesitamos para manejarlo. Entonces, como en el hombre en el evangelio de hoy, lo que deseamos puede llegar en el momento menos esperado con la fuerza trascendental de algo que nos va a liberar totalmente.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Guillermo Lagos, WCCM México

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