23 de julio 2019

                                                          Photo by Caleb Kwok from Pexels

Un fragmento de John Main OSB, “A New Monasticism” en MONASTERY WITHOUT WALLS: The Spiritual Letters of John Main (London: Canterbury Press, 2007), págs. 25-26


Con frecuencia cuando hablamos con Dios estamos hablando acerca de nosotros mismos  —ayúdame a hacer esto, a hacer aquello. Sin importar que tan altruista sea la intensión básica detrás de esto, la misma estructura del lenguaje nos mantiene en el centro de nuestra conciencia. Esto es cierto también para aquellos que no tienen un marco de referencia religioso pero cuya práctica espiritual también es de auto-referencial. Aún si ellos no usan palabras ni mantienen una imagen de Dios y no están pidiendo favores, el peligro de la auto-fijación es igual de grande. Es esto lo que debemos soltar para poder ir más profundo. En el viaje no hay cabida para permanecer quietos, ni ir a la deriva. Si nos volvemos satisfechos espiritualmente, caemos en nuestro propio centro de gravedad. Somos atraídos a la órbita del ego auto-reflexivo. Es para evitar este colapso hacia nosotros mismos y mantenernos alerta y despiertos que meditamos. En la meditación, Dios misterio está siempre en el centro. Como nos vamos moviendo en unión con ese centro, llegamos a conocer a Dios a través de la luz divina. El nombre de este movimiento es amor y el experimentarlo es una pérdida progresiva de uno mismo y de la autoconciencia. [. . .]

[N]uestro tiempo de oración debe estar comprometida a la mayor apertura de la que somos capaces —apertura a la realidad de la presencia, no a las “imágenes vanas” de la gran ilusión de la permanencia permanente del ego. Es una ilusión porque el verdadero ser no tiene imagen. Es plena conciencia no diferenciada.

La conciencia humana está limitada y fracturada por la imagen falsa, la sombra del ego. Se hace completa a través de la luz de Cristo en quien no hay obscuridad, no hay objetivación de separación del ser que pueda lanzar una sombra.

 

Después de la meditación: un fragmento de Mary Oliver, “Coming to God: First Days”, THIRST (Boston: Beacon Press, 2006), pág. 23

Señor, aprenderé también a arrodillarme
ante el mundo de los invisible,
lo inescrutable y duradero.
Entonces, no moveré las hojas de los árboles
en un día sin viento,
bañado en la luz, 
como el vagabundo que regresa a casa al fin
y se arrodilla en paz, terminado con todas las cosas innecesarias;
cada movimiento; aun palabras.

 

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos