18 de marzo 2012

 

Extracto de Laurence Freeman OSB, “El laberinto”, de JESUS EL MAESTRO INTERIOR (Buenos Aires, Editorial Bonum, 3ª edición 2008)

¿Estamos preparados para desprendernos de aquello que sabemos instintivamente es nuestra más preciosa posesión, nuestra identidad individual? En este punto, la relación con el maestro es de suprema importancia. Nos permite arriesgar nuestra propia muerte. La disciplina del mantra nos ha llevado a fortalecer la sensación de discipulado, que posibilita nuestro desprendimiento.

 

Dejamos el yo de lado precisamente porque sabemos que estamos en unión, nunca solos. Las palabras de Jesús se hacen verdad en nuestra propia experiencia: “Entonces, ninguno de ustedes puede ser mi discípulo sin abandonar todas vuestras posesiones” (Lucas 14,33).

Si queremos abrazar la eternidad de la totalidad del ser (el “Yo Soy” de Dios), primero deberemos enfrentar la cruel realidad de la no permanencia y vacuidad. La tentación es siempre reducir la intensidad para sumergirnos en un nivel menos profundo de conciencia, para adormecernos. El Buda nos advirtió del peligro de nublar la mente – en este o en cualquier otro estadio de la jornada - con tóxicos o sedantes, excitantes o depresores. Jesús nos impulsó a todos a permanecer totalmente conscientes:

“Estén atentos y vigilen, aunque ignoren cuándo será el momento. (…) Manténganse despiertos entonces porque no saben cuándo llegará el dueño de casa – si al atardecer o a la medianoche, al canto del gallo o al despuntar el alba -. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y lo que a ustedes les digo, se lo digo a todos: manténganse despiertos” (Marcos 13, 33-37).   

En la Carta a los Efesios, Pablo afirma que el estado de vigilia conduce a los “poderes espirituales de sabiduría y visión”, y posteriormente a la gnosis, o conocimiento espiritual. Pero la dolorosa sensación de aislamiento no se disipa inmediatamente ni siquiera cuando la sabiduría comienza a brillar. La pared del ego se siente como un obstáculo insuperable, una vía muerta que nos deja sin un lugar a donde ir. Pero, como nos recuerda la resurrección, lo que parece y se siente como el fin, no lo es. Al enfrentarnos con nuestro arraigado egoísmo y percibir su lenta agonía, la meditación nos ayuda a verificar nuestra propia resurrección en nuestra propia experiencia.

 

Después de la meditación, de Sahajananda, THE BEATITUDES, (Shantivanam: Saccidananda Ashram, 1999), pág. 6-7

El hombre joven y rico que tuvo el deseo de la vida eterna observa todos los mandamientos verdaderamente. Pero cuando Jesús le dijo “Hay todavía una cosa más que necesitas hacer. Vende todo lo que tengas, entrégale el dinero a los pobres y… luego ven y sígueme,” el joven hombre se entristeció mucho porque era muy rico. Se identificaba a sí mismo con sus riquezas… sin ellas él no tenía existencia. Con estas riquezas él no podía entrar en el Reino porque la puerta del Reino es estrecha. Estrecha no en cuanto a espacio, sino en el sentido que solo el aspecto esencial de nuestro ser puede atravesarla; todo lo demás tendrá que abandonarse… El Reino de Dios es la naturaleza esencial de todos los seres humanos… Este tesoro puede crecer o decrecer. Ningún ladrón puede entrar allí y nada puede destruirlo.

Laurence Freeman OSB

Traducción de Isabel Arçapalo