29 de diciembre 2019

                                                          Photo by Shubham Sharma from Pexels

Un fragmento de Laurence Freeman OSB, ASPECTS OF LOVE: On Retreat with Laurence Freeman (London: Medio Media, 1997), pág. 54


Podemos aprender a ver la realidad. El solo verla y vivir con ella es sanador. Nos lleva a una nueva clase de espontaneidad, la espontaneidad de un niño que aprecia la frescura de la vida, la franqueza de la experiencia. Debemos descubrir esta espontaneidad para entrar en el reino. Es la espontaneidad de la moral verdadera, de hacer lo correcto de forma natural, no vivir nuestra vida por las reglas de los libros sino vivir nuestra vida a través de la única moral, la moral del amor. La experiencia del amor nos da una capacidad renovada para vivir nuestra vida con menos esfuerzo. Se convierte menos en una lucha, se vuelve menos competitiva, menos adquisitiva, conforme se abre para nosotros a aquello a lo que nos hemos asomado de alguna forma, en algún momento a través del amor: que nuestra esencia natural es alegre. En lo más profundo somos seres alegres. Si podemos aprender a saborear los regalos de vida y ver lo que la vida realmente es, estaremos mejor equipados para vivir a través de sus tribulaciones, tristezas y sufrimiento. Esto es lo que aprendemos suavemente, despacio, día a día, conforme meditamos. La meditación nos lleva a entender lo maravilloso de lo ordinario. Nos volvemos menos adictos a buscar formas extraordinarias de estimulación o distracción. Empezamos a encontrar en las cosas ordinarias de la vida cotidiana que este trasfondo de radiación de amor, la presencia del poder de Dios está en todos lados y en todo momento.

 

Después de la meditación: “Any Common Desolation” por Ellen Bases, originalmente publicada en Poem-a-Day el 18 de noviembre de 2016 por The Academy of American Poets.

Cualquier Desolación Común

Puede ser suficiente para hacerte mirar hacia arriba
a las hojas amarillentas del manzano, las pocas 
que sobrevivieron a las lluvias y heladas, el 
Sol de la tarde. Ellas brillan con un profundo naranja-dorado
contra un azul tan puro, un solo pájaro
lo rasgaría como seda. Tendrías que romper
tu corazón, no es nada el sentirse, aunque sea por un momento vivo. El 
sonido de un remo en una chumacera o un animal rumiante
rompiendo el pasto. El olor de jengibre rallado.
El rojo rubí del letrero neón de la tienda.
Calcetines calientes. Recuerdas a tu madre,
su precisión una ceremonia, como ella 
juntaba el algodón blanco, lo pasaba entre los dedos de tus pies, 
levantó el tacón, giró el puño. Un suspiro puede desarrollarse mientras caminas en tu 
jardín fangoso, La Osa Mayor vertiendo la noche encima de ti, y todas las cosas
que temes, todo lo que no puedes soportar, se disuelve y, 
como una aguja que entra en tu vena- 
esa repentina avalancha del mundo.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos