Martes de la quinta semana de Cuaresma 2020.

¿Dónde se guarda nuestra memoria? Los materialistas responden que los recuerdos de largo plazo se almacenan en el hipocampo del cerebro, mientras que el neocortex se encarga de recordar lo que cenamos ayer.

Otra respuesta más sutil, que toma en serio la dimensión espiritual (y no la considera como un accidente de la mente), diría que toda la memoria se guarda en el nivel más profundo de la conciencia. Alan Wallace, participante budista del diálogo inter-contemplativo que tuvimos recientemente, dijo que así como no pensamos que la memoria de la computadora está en el teclado, por qué habríamos de pensar que es el cerebro lo que nos hace conscientes.

            Una tía mía, en su ancianidad, sufrió Alzheimer durante 10 años, y no podía comunicarse con nadie. De todos modos, sus hijas decidieron que le contarían que había fallecido su marido, que era el padre de ellas, aunque sabían que su madre estaría ajena a la situación y no respondería nada. Y así fue, la señora continuó farfullando sin sentido, pero de pronto, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Es muy probable que esta historia no pruebe nada sobre la memoria a nivel científico, pero sugiere algo sobre la conciencia que sobrevive a la atrofia del cerebro, como se ha demostrado que ocurre con pacientes que vuelven de la muerte clínica mientras están internados bajo cuidado médico.

            Ver perder la memoria y alejarse a la deriva a alguien a quien amamos y con quien hemos compartido la vida, es como estar muerto en vida. Atravesamos diferentes muertes en muchos niveles de intensidad a lo largo de nuestras vidas, pero la pérdida de memoria debe ser de las peores. Y aún así, en este caso también hay un sustrato de conciencia que nos conecta, incluso cuando se apagan todas las señales que intercambiamos para mostrar que nos reconocemos y nos cuidamos unos a otros.

            La persistencia de la memoria profunda – y el amor es una forma de memoria continuamente recordada y renovada - no niega la muerte. De alguna manera convierte a la muerte en algo más definitivo y terrible. Pero a la vez trasciende la muerte y muestra a la vida como la gran constante. La vida es inextinguible. La conciencia misma es la vida, y la memoria demuestra que el amor es más grande que la muerte.

            Las relaciones personales nos enseñan esto. También lo hacen las grandes tradiciones espirituales, que son la transmisión de una memoria viva a través del flujo de conciencia, que nos conecta con nuestra fuente, y a la vez nos hace avanzar en nuestra jornada individual. Hoy en día, nuestras jornadas individuales están conectadas por la amenaza y el miedo al coronavirus. Para algunos de nosotros, ya implicó la muerte de seres queridos. Y para absolutamente todos, activa la conciencia de nuestra propia mortalidad y de las incertidumbres y los cambios que no podemos controlar.

            De todos modos, en estos tiempos oscuros, una memoria colectiva que había sido suprimida por la hiperdistracción, se torna consciente de nuevo: la memoria de la vida experimentada como un viaje espiritual, que empieza y termina en el misterio, lleno de dolores y alegrías inexplicables, pero sobre todo lleno de maravilla. Al fin y al cabo es la maravilla la que nos libera del miedo. Por primera vez estamos frente al verdadero problema serio: el de no tener un camino espiritual en tiempos como estos, careciendo por completo de una fuente de sentido, sin poder ver la chispa de la vida escondida en la oscuridad de nuestras muertes. Todos estos son síntomas de otro tipo de virus endémico, el de los espejismos del materialismo y sus engaños. Ser conscientes de esto es vencer el miedo a la muerte y a nuestra propia muerte.

Laurence Freeman O.S.B.

Traducción: Gabriela Speranza, WCCM Argentina

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