Martes de la primer semana de Cuaresma

Guardaba un secreto embotellado desde que tenía uso de razón. Protegerlo se convirtió en un reflejo prioritario que influyó en todas las decisiones de su vida. Después, no estaba seguro de si sabía lo que estaba haciendo o no. Pensó que tal vez sí lo sabía, a veces, y luego lo reprimía o lo olvidaba. Mantuvo el secreto incluso para sí mismo aunque sabía más que nadie. ¿Era el hecho en sí que había sucedido o la razón por la que había sucedido o la vergüenza que inexplicablemente le había dejado? ¿Qué le llevó a construir una identidad cuya falsedad sólo aumentaba su vergüenza?

El suceso fue un abominable abuso de poder de un adulto sobre un niño, una degradación y confusión de lo que el niño tenía derecho a esperar, a estar seguro y confiado de que era amado y cuidado. Las razones de esta traición al niño formaban parte de un mundo adulto de venganza y poder incomprensible para él como niño. Le había dejado una vergüenza de la que no podía desprenderse. Se aferraba a él bajo una persona que el mundo encontraba encantadora y envidiable. Pero, desde la infancia, le había hecho incapaz de entregarse, de amar o de relacionarse seriamente con otra persona, salvo durante breves períodos, antes de que le resultara imposible no huir de nuevo.

El suyo era un caso especialmente intenso. Pero todos tenemos esta tendencia a mantener en secreto lo que una vez nos ha hecho daño y ha provocado que el manto de la vergüenza nos envuelva. Todo este sistema de dolor, la vergüenza y el secreto puede llamarse pecado. La caída de Adán y Eva en el libro del Génesis lo describe con precisión. Cualquiera que no se vea a sí mismo en la historia debería aprenderla de memoria.

La Cuaresma es una oportunidad para reflexionar sobre lo que entendemos por pecado. Hasta que no lo entendamos, no entenderemos la gracia. Es una grave desventaja estar impedido de reconocer la gracia. Yo he observado recientemente cómo muchas campañas publicitarias que venden placeres (chocolate, series de Netflix, balnearios de salud) utilizan incluso el propio término "pecado" para atraer nuestra atención o simplemente nos toman el pelo con el señuelo de lo travieso o lo prohibido. Parece inofensivo pero es peligrosamente estúpido porque limita el pecado a sus siete manifestaciones mortales y nos distrae de la verdadera naturaleza del pecado y su profunda mancha en la condición humana.

Donde está el pecado, abunda aún más la gracia. La gracia es la oferta de ayuda divinamente incondicional que nunca se retira. Todo lo que se necesita para liberarla es confesar nuestra necesidad de ayuda, de que nos hemos equivocado y que ahora queremos corregirlo. Entonces llega una gracia asombrosa en la revelación de que toda curación - y el perdón es curación - es autocuración. Esto desgarra el manto de la vergüenza que se desprende al descubrir que tenemos, por la gracia de Dios, inmensos poderes dentro de nosotros más grandes que cualquier cosa que pueda encadenarnos o deshonrarnos.

En la noche del Sábado Santo, en la oscuridad iluminada sólo por el cirio Pascual, cantamos la gratitud por la Caída porque trajo una gracia mucho más grande que ella misma. "Oh, Félix Culpa: Oh, feliz culpa de Adán, que nos valió un Redentor tan grande y tan glorioso".

Traducción WCCM Paraguay

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