8 de abril 2012

 

Un extracto de las reflexiones de la Semana Santa 2008 del P. Laurence Freeman.

 

A medida que se va desarrollando la Semana Santa, escribo para los jóvenes meditadores  desde nuestro retiro que se está llevando a cabo en la Isla de Bere. En este momento no se ven nubes en el cielo y la clara luz es un llamado a todos los colores ocultos, tonalidades y texturas del mar, de los árboles y de las montañas. La Naturaleza nos hace más fácil creer que nos encontramos en nuestro viaje humano hacia la luz de Cristo, el Sol de la Resurrección que no deja de brillar.

 

El parte meteorológico, sin embargo, nos advierte de algunas olas de frío o lloviznas (estamos en  Irlanda); de la misma manera sabemos que nuestras vidas no pueden liberarse del sufrimiento.

En nuestras conversaciones durante el retiro miramos las tensiones a las que debemos enfrentarnos en nuestro diario vivir, ¿como podemos lograr el equilibrio entre los compromisos familiares y los tiempos de meditación o retiro? ¿Como sobrellevar los desafíos de la fe que la Iglesia en sus formas culturales condicionadas nos muestran y continúan mostrándonos? ¿Como leer las revelaciones de la doctrina cristiana a la luz del lenguaje moderno y de la experiencia?

El tiempo sagrado al que hemos entrado durante esta semana nos da un espacio en el cual movernos para resolver estas tensiones, el espacio interior necesario para aceptar lo que parece inaceptable y para equilibrar aquello que parece insoportable.

Durante estos próximos días estaremos  facultados y sensibilizados para responder a ese espectro completo de ser humano que la Pascua nos muestra. Mañana, al presentarnos en la Cena del Señor, experimentaremos el gozo y las tensiones de estar en comunidad, lavándonos unos a otros los pies y aprendiendo el significado de  una relación fiel. ¿O es que preferimos optar por la seguridad sin crecimiento del individuo moderno atomizado?

El viernes nos enfrentaremos a la mortalidad, al terror de la pérdida absoluta y al significado que abre una puerta a través de la que debemos pasar pero que es tan solo un pasaje hacia lo desconocido. El sábado descansaremos sobre el horizonte de ese significado, equilibrados entre el perder y el encontrar. Nos sentimos inseguros, incluso no muy convencidos, mas a pesar de ello no nos hemos cerrado a la posibilidad – la posibilidad que surge temprano en la mañana desde ningún lugar de la tumba hacia la realidad de una nueva vida.

Permanezcamos en la comunión de nuestra meditación estos días sagrados  para sentir la presencia de la comunidad a pesar de la distancia física y las diferentes zonas horarias que nos separan, aunque sin dividirnos.

 

Después de la meditación: “Morning in a New Land (Por la mañana en una nueva Tierra),” Mary Oliver, New an Selected Poems (Boston: Beacon press, 1992, p.251)

 

Por la mañana en una Nueva Tierra

 

En árboles emergiendo de la noche, algunos pájaros sin nombre

despertaron, sacudieron sus alas como flechas, y cantaron,

lentamente, como pinzones filtrándose a través de un sueño.

El rosado sol cayó como vidrio en los campos.

Dos alazanes y un caballo gris moteado,

sus hombros húmedos de luz, su pelo oscuro ondeando…

subieron la montaña. El resto de la niebla desapareció.

 

Y bajo los árboles, más allá del pasar quebradizo del tiempo,

me encontré como Adán en su jardín solitario.

En esa primera mañana, sacudido del sueño,

frotándome los ojos, escuchando, rompiendo las hojas,

como papel de seda de un enorme e increíble regalo.

 

Traducido por Teresa Decker.