Martes de Semana Santa

Evangelio: Me seguirás más tarde. Jn 13:21-33, 36-38.

En otras épocas, solía tomar unos días libres y manejar a Monte Oliveto, mi casa madre monástica en la Toscana. Era un viaje muy bonito, a través de buenas carreteras en Francia. Sin embargo, al llegar a la frontera italiana, iniciaba una serie de túneles cortos y largos, demasiado estrechos para el tráfico moderno y con muchos locos manejando. Sigue leyendo.

Los túneles no eran tan bellos como el resto del paseo. La obscuridad te engullía y luego te veías proyectado hacia la luz cegadora del sol mediterráneo. No había predictibilidad, algunos eran muy largos, de varias millas, otros apenas unos quinientos metros. Recordé esto al escribir ayer acerca del poco agradable año de Covid a través del cual seguimos batallando. 

Hablamos de ello como ‘la crisis’, olvidándonos de otras crisis a las que no hacíamos caso antes de la pandemia y que todavía nos esperan: el cambio climático, la democracia, la globalización, la crisis de significado que subyace a la adicción y el abuso sistémico de todo tipo. 

´Oh, no,´ pensarán, ´no hablemos de eso. ¿Podríamos mejor decir algunas cosas bellas sobre la Cuaresma?´ Estoy de acuerdo y voy a tratar. Pero la buena noticia de la Pascua no nos penetrará si no entendemos que estamos pasando a través de los túneles de nuestra mente. La Resurrección viene solamente después de la muerte, no como un sedante para el dolor de morir.

Sería un enunciado absurdo que nos refiriéramos a la resurrección como una crisis en la vida de Jesús. La muerte no es una crisis. Es un final. Independientemente de la fe y esperanza que podamos tener, un final tiene todas las señales inequívocas de un término. Pregunten a cualquiera, aun a un creyente, que haya perdido un ser querido. Es una experiencia imposible de reportar y escribir: lo que Hamlet llamaba ‘el país no descubierto, de cuyo entorno ningún viajero regresa’. ¿Cómo hablar con certeza de un lugar que no hemos visitado?

La crisis nos puede deprimir. Pero la muerte es más que eso. Puede sonar extraño, pero es más fácil encontrar verdadera esperanza en la experiencia de una muerte que tratando con una crisis. Esto es porque en la muerte, todas las imágenes de lo que sea que esperamos mueren también en su túnel obscuro. La esperanza sólo nace de la muerte de toda esperanza. Así que apenas reconocemos la esperanza real cuando llega, justo como los discípulos no reconocieron a Jesús resucitado cuando regresó mostrándose bajo una nueva luz. Es comprensible que se habían dado por vencidos. Estaban o huyendo o regresando a sus redes de pescar. La esperanza sólo aparece después que las falsas esperanzas se han ido terminando y los intentos de negar la realidad han fallado. La esperanza real es parte de la resurrección, luz después de la obscuridad, vida después de la muerte.

El término místico que se utiliza para describir esto es ‘la noche obscura’. Al igual que en los túneles de la autopista, la noche obscura es impenetrable. No puedes ver más allá del final; y el entrar y salir de los túneles te desgasta la fe y aun lo que creías que era tu capacidad de esperanza.

‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?´ Este es el punto del no regreso; pero también el punto de inflexión.

Traducción: WCCM México

 

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