15 de abril 2012

 

De “The silence of the soul” (El silencio del alma), por Laurence Freeman OSB publicado en “The Tablet” el 10 de mayo de 1997.

Una de las razones por la que el silencio es tan molesto para nosotros es esta: tan pronto comenzamos a ser silenciosos, experimentamos la relatividad de nuestra rutina mental. 

 

Con esta rutina mental medimos las coordenadas de nuestro espacio y tiempo, calculamos probabilidades y contamos nuestros errores y éxitos. Es un nivel de conciencia importante y útil. Tan útil y familiar es este estado que fácilmente pensamos que esto es todo para nosotros: toda nuestra mente, nuestro “yo” real, nuestro significado total.

La vida, el amor y la muerte, frecuentemente nos enseñan de otra manera. Nos topamos con el silencio en muchas vueltas inesperadas del camino de la vida, de maneras impredecibles, con personas impredecibles. Sus saludos tienen un efecto ambiguo,  conmovedor, lleno de maravillas pero a veces aterrador. Nuestros pensamientos, miedos, fantasías, deseos, ansiedades y atracciones surgen y caen momento a momento. Automáticamente nos identificamos con este estado fugaz o recurrimos a él compulsivamente sin pensar lo que estamos pensando. Cuando el silencio nos enseña lo poco fiable y transitorio que es realmente este estado, confrontamos los terribles cuestionamientos sobre quiénes somos. En el silencio tenemos que lidiar con la terrible posibilidad de nuestra propia irrealidad.

El pensamiento budista hace de esta experiencia – llamada anatman o del “no yo”- una de las verdades centrales - pilares de su paso a la liberación del sufrimiento y uno de los medios esenciales para la iluminación. La persona que practica el budismo, es animada a buscar este sentido de trascendencia interior, más que para huir de él, para zambullirse en él, como el Maestro Eckhart y los grandes místicos cristianos lo hicieron.

Comprensiblemente,  anatman es la idea budista con que la mayoría generalmente tiene problema. Es algo absurdo, terrible y sacrílego decir que yo no existo. De hecho, mucho del antagonismo cristiano hacia anatman es infundado, o fundado en la falta de interpretación. Esto no significa que no existimos, sino que no existimos con independencia autónoma, que es la forma que al ego le gusta imaginarse que es; la forma de fantasía de ser Dios con la cual la serpiente tentó a Eva. Es la arrogancia de la cual las personas religiosas son víctimas a menudo.

No existo por mí mismo, porque Dios es el suelo de mi ser. A la luz de esta interioridad leemos las palabras de Jesús en el Nuevo Testamento con una profunda percepción: “Si alguno quiere ser mi discípulo, tiene que olvidarse de hacer lo que quiera. Tiene que estar siempre dispuesto a morir y hacer lo que yo mando. … el que prefiera seguirme y elija morir por mí, ese se salvará” (Lc 9,23-24). Si a través del silencio podemos abrazar esta verdad de anatman, lograremos importantes descubrimientos sobre la naturaleza de la conciencia.  Descubrimos que la conciencia, el alma, es más que el asombroso sistema del cerebro que computa, calcula y juzga. Somos más de lo que pensamos. Meditación no es lo que pensamos.

 

Después de la meditación: de The Dhammapada, “The Path”, versos 276-279, Editado por Anne Bancroft (Rockport, MA: Element, 1997) pág.81

Debes hacer el esfuerzo, los despiertos solamente señalan el camino. Aquellos que entraron en el camino y meditaron, se liberaron de las fronteras de la ilusión.

Todo está cambiando. Surge y muere. El que se da cuenta de esto se libera de la tristeza. Este es el camino luminoso.

Existir es conocer el sufrimiento. Reconoce esto y libérate del sufrimiento. Este es el camino radiante.

No hay un yo separado para sufrir. El que comprende esto es libre. Este es el camino de la claridad.

                                                     

Traducido por Isabel Arçapalo