3 de junio de 2012

 

 

Extracto de “Letter three,” WEB OF SILENCE (London: Darton, Longman, Todd, 1996), pp. 28-29, 31, de Laurence Freeman OSB.

La meditación es el poder de la oración que mantiene nuestra atención en un punto de conversión desde el cual entramos sorpresivamente a la realidad por la aceptación. Al encontrarnos enraizados  en ese lugar de transformación, que no es geográfico sino espiritual y que es nuestro propio e íntimo centro, pasamos de ser una aproximación, una mera imitación de nosotros mismos, al exacto original de lo que verdaderamente somos.

 

“Yo os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.”(Romanos 12:1-2)

La vida del espíritu de la naturaleza humana es un continuo reacomodarse. El paso hacia la fe que intentamos perfeccionar durante toda nuestra vida, es simplemente el paso en el que permitimos que nuestras mentes sean transformadas y nuestro entero ser transfigurado. Este mundo presente significa “ego”: ese ego que piensa que lo es todo, cuando en realidad involuntariamente bloquea e inconscientemente distorsiona el misterio de la vida debido  a los hábitos formados por el dolor y el rechazo; la percepción de un mundo sin amor.

Aunque la meditación sea tan solo  una breve inmersión diaria en el reino dentro de nosotros, meritaría nuestra completa atención. Pero es más que un escape temporario de los patrones de miedo y deseos. Siendo complejos como son estos patrones, que provocan nuestro temor a la muerte y al verdadero amor, tan necesarios para nuestro crecimiento y sobrevivencia, la meditación lo simplifica todo. Día a día, meditación tras meditación, continúa este proceso de simplificación. Este proceso que nos hace gradualmente intrépidos, hasta que finalmente, debido al gozo de sentirnos liberados de las imágenes y memorias del deseo, llegamos a gustar de la total liberación del miedo. Entonces — incluso antes — llegamos a ser útiles para los demás, capacitados como estamos para amar sin temor o deseo… libres para servir al Ser que es nuestro Cristo interior.

 

Después de la Meditación: “Coming to God. First Days,” THIRST, Mary Oliver (Boston: Beacon, 2006)  p. 23.

 

Señor, ¿qué puedo hacer

si no me puedo aquietar?

Aquí está el pan, y

aquí está el cáliz, y

no me puedo aquietar.

 

¡Entrar al lenguaje de la transformación!

¡Aprender lo importante que es la quietud,

con nuestras manos en plegaria!

¿Cuándo encontrarán mis ojos regocijados la paz?

¿Cuándo mis pies llenos de gozo se aquietarán?

¿Cuándo mi corazón bajará la velocidad de sus latidos

como si me encontrara sobre el pasto de verano?

 

Señor, correría detrás de ti,

 amando cada milla de mi recorrido.

Subiría al árbol más alto

para acercarme a ti.

 

Señor, aprenderé también  a arrodillarme

ante el mundo de lo invisible,

lo inescrutable, lo eterno.

Entonces estaré tan quieta

como las hojas de un árbol

en un día sin viento,

bañada de luz,

como el caminante

que ha vuelto  finalmente a casa

y se arrodilla en paz,

habiendo puesto punto final

a todas las cosas innecesarias;

a todo movimiento; incluso a las palabras.

 

Traducción: Teresa Decker