15 de julio de 2012

 

Un extracto de Laurence Freeman OSB “Letter Nine,” COMMON GROUND: Letters to a world Community of Meditators (New York: Continuum, 1999), pp. 103-104.

En la meditación no hay engaño. Nos vemos a nosotros mismos tal cual somos. No podemos evitar ver lo falso y lo hipócrita, nuestras ilusiones, engaños, inseguridades temerosas y compulsiones, podemos ver todo eso con claridad, y la manera como juzgamos y descalificamos a los demás con tanta arrogancia, lo sentiremos como un puñal en nuestra conciencia. Pero al ver este lado oscuro de nosotros, tomaremos conciencia de ello. Lo veremos  con la luz brillante que brota de lo más profundo de nosotros mismos. 

 

Y esta luz de nuestro espíritu eliminará nuestro odio con la inevitable y revolucionaria verdad última, que somos buenos y amorosos.

Cuanto más consciente seamos de la verdad, más podremos ver cambiar nuestra actitud y relación hacia los demás. El temor disminuirá, el amor generoso crecerá, la ira dará paso a la sabiduría del perdón, el juicio será absorbido por la paciencia. En lugar de la manipulación y el control, que  a los ojos del ego hace que el mundo dé vueltas, una increíble libertad surgirá como una verdadera posibilidad en las cuestiones humanas: la libertad que surge cuando las personas aceptan a los demás tal cuales son. El mundo tampoco sería perfecto aunque eso sucediera desde nuestra niñez, pero se necesitarían menos cárceles y aquellos que se encuentran en prisión podrían ser los que se beneficiarían de  haber estado allí.

¡Pero cuánto riesgo! El gran riesgo al comenzar a meditar es ante todo ser nosotros mismos. Este es el primer paso. Si no tomamos el paso que le sigue, no podríamos movernos jamás de donde estamos; continuaríamos saltando en una pierna toda nuestra vida. El próximo paso es arriesgarnos a permitir que los otros sean ellos mismos. Y  percibir su realidad como diferente de la nuestra es la manera de hacerlo. Y verlos como verdaderamente son es amarlos. Iris Murdoch escribió una vez: “amor es la percepción del individuo” Y continuó, amor es la difícil y extrema realización de que algo más allá de nosotros mismos es real. El amor, así como también el arte y la moral, es el descubrimiento de la realidad. Lo que nos impresiona llevándonos hacia la realización de nuestro destino supersensible es una particularidad indescriptible.

Quitando la atención de nosotros mismos hacia la más grande realidad “fuera de nosotros, que nos contiene, es el gran acto de contemplación”. Es el mismo acto de contemplación que logramos — en las relaciones, en el arte, en el servicio y en la oración. Ciertamente, aprender a meditar — un arte que nos lleva una larga vida de aprendizaje — y es fundamental. Pero no está limitado al trabajo de meditación. Meditar es aprender a vivir de manera contemplativa en todo lo que hacemos, como San Antonio del desierto le pidió a sus discípulos que hicieran: “respiren siempre Cristo.”

 

Después de la meditación: del Obispo Kallistos Ware. THE POWER OF THE NAME: THE JESUS PRAYER IN ORTHODOX SPIRITUALITY (London: Marshall Pickering, 1974), p. 39

 

La meta de toda oración cristiana es que nuestra oración llegue a identificarse con la oración ofrecida por Jesús dentro de nosotros, que nuestra vida llegue a ser una con su vida, nuestra respiración una con el aliento divino que sostiene el universo…

Cuanto más llega la oración a ser parte de nosotros, más entraremos  al movimiento incesante del amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. De este amor, el sirio San Isaac escribió bellamente:

El amor es el reino del cual habla el Señor simbólicamente cuando promete a sus discípulos que deberían comer en su reino: “Ustedes comerán y beberán en la mesa de mi reino.” ¿Qué comerían sino amor?

 

Traducción de Teresa Decker