Martes de la 4ª semana de Cuaresma 2013

Estuve hablando con alguien sobre otra persona que la había ofendido. Ella me dijo: "Puedo seguir bien con ella ahora. Pero nunca la perdonaré.” Me fue revelador: el “nunca”, en lugar de “no podré nunca".

 

Me llamó la atención el sentido de desafío, incluso de orgullo, en esa decisión de nunca perdonar. Era como si ella supiera que tenía la capacidad de perdonar, dejar ir y seguir adelante. Pero, cualquiera sea la razón, ella prefería quedarse con ese sabor agridulce de resentimiento e ira. Tal vez eso nos traiga una sensación agradable de superioridad moral - "Yo soy la persona ofendida, así que me siento en mi derecho, siempre y cuando actúe desde ese resentimiento.” Quizás no tengamos demasiada libertad en la elección de no perdonar como podríamos pensar.

¿Cómo es posible que prefiramos el dolor y la negatividad del pasado antes que crecer a través de ellos y seguir adelante con el bálsamo de la sabiduría, la compasión y una nueva profundidad? No hay ninguna buena razón; y sin embargo, siempre podemos encontrar razones. ¿Quién alguna vez hizo algo malo conscientemente sin preparar una defensa o justificación para ello?

Siempre es fácil disfrazar lo irracional y autodestructivo como racional y saludable. Sin embargo, permitir que la ira y el resentimiento se aferren a nosotros, sólo oculta lo que somos y disminuye lo que somos capaces de llegar a ser. En esa persona con la que estaba percibí esta tensión. Su comentario - acompañado de una mirada un tanto loca y hasta demoníaca - no era una expresión de maldad, sino de responsabilidad disminuida.

Al igual que al hijo menor de la parábola, cuando nos permitimos darnos todos los gustos y luego nos enfermamos por tanto exceso, empezamos a pensar que merecemos ser castigados – ya sea por nuestro cuerpo o por otras personas o por Dios. Pareciera que no merecemos ser perdonados y restaurados con la persona que hemos ofendido. Como era de esperar, aplicamos la misma forma primitiva de justicia hacia los demás. La medida que nos ponemos a nosotros mismos será la medida con la que juzgaremos a los demás.

En realidad - como cada meditación puede revelarnos - el amor no tiene límites y es desbordante. El perdón está siempre al alcance. "El reino de los cielos está cerca" – es la letanía de cada día de la Cuaresma.

Traducido por Mónica Thompson

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