31 de marzo 2013

De “Redemptive Love” THE WAY OF UNKNOWING, por John Main (New York: Crossroad, 1990) pág. 124-126.

San Pablo habla frecuentemente sobre la evolución de la madurez en los cristianos.

El llamado a la oración, el llamado a la meditación es precisamente un llamado a crecer, a dejar atrás la irresponsabilidad de la infancia centrada en el ego, y llegar a ser nosotros mismos encontrándonos más allá de nosotros mismos, en la unión con el Todo. Nuevamente  comprendan que esto requiere de una respuesta personal, no solo un acuerdo. Esta invitación es para ver con nuestros propios ojos, escuchar con nuestros oídos y amar con nuestro corazón, pero también, para lograrlo en unión con Él que es Amor. Consecuentemente, en la práctica esto requiere que cada uno de nosotros transitemos más allá de nuestra división personal e histórica. Toda esa división en nosotros debe ser trascendida.

 

Todas las barreras que nos separan de nuestro verdadero ser y de otros y de Dios, deben ser desmanteladas. Y eso significa dejar todas nuestras imágenes atrás. Imágenes que tenemos de nosotros, las que tenemos de otros y las que tenemos de Dios. La visión cristiana requiere de nosotros  el estar abiertos a Dios en una profundidad sin imágenes y, es en la apertura donde todas las falsas dicotomías son resueltas en el Uno, en la unidad. En otras palabras, el llamado a volver a la simplicidad fundamental es para todos. El llamado de la oración profunda es nada menos que el llamado a ser, a ser nosotros mismos en el amor, en la verdad, en la apertura a lo que es. Y tampoco tiene sentido decir que Dios es Amor hasta que lo descubramos por nuestros propios medios, a través de una experiencia de nuestro ser, siendo en Dios. (…)

Solamente el Amor tiene el poder de redimir y el Amor absoluto redime absolutamente. Ahora, como sabemos, este poder de saber y de amar es encontrado en nuestro corazón. Y esta es nuestra peregrinación, hacia nuestro corazón. Lo único necesario es que buscamos este amor con una seriedad suprema, con generosidad y con fidelidad. Eso es lo que hacemos cuando disponemos de un momento, cada día de nuestras vidas, cada mañana y cada noche, en la quietud, en un lugar tranquilo resguardado de nuestra casa, yendo a meditar para estar en silencio; y estando allí para entrar en la eterna realidad de Dios, una realidad que hallamos en nuestro corazón. Esta es la única peregrinación necesaria. En ella encontramos amor, más allá del compromiso, más allá de todo temor, más allá de toda timidez.

Déjame recordarte nuevamente, porque es algo tan precioso de conocer, que lo que tenemos que aprender es a tener la humildad necesaria para decir el mantra. La humildad de repetirlo desde el principio hasta la conclusión de nuestra meditación, y esta humildad se completa con la que se requiere para levantarse un poquito más temprano cada mañana… para ser lo suficientemente generosos como para buscar lo único necesario. En ese íntimo acto de búsqueda descubrimos la unidad de la que somos parte, una unidad de todos en el Todo.

 

Para después de la meditación: de Willigis Jager, SEARCH FOR THE MEANING OF LIFE (Liguori: Triumph, 1996) Pág 81-82, 92, 264.

La contemplación es posible solo cuando la razón, la memoria y el deseo llegan al descanso… algo pasa a la persona en la oración. No se aceptan contenidos cognitivos; imágenes religiosas, visiones, discursos profundos, y pensamientos piadosos son dejados de lado… la contemplación es pura observancia. Algo ocurre al que ora. Es un despertar hacia la verdadera esencia de uno mismo. El mantra captura lo infinito en lo finito… no tiene nada de hipnótico, ningún poder sale de ello. Es más, fortalece las fuerzas que ya están presentes entre nosotros. Nos conecta con algo que ya está allí para comenzar. Lo Divino duerme en cada persona como una semilla. Como la semilla desarrollada en el Jesucristo humano, que fue diseñada para despertar y envolver a cada persona. Jesucristo fue completamente transparente, Dios brilló a través de Él, lo iluminó. Lo mismo tiene que ocurrirnos a nosotros.