6 de julio 2014

 
PHOTO: LAURENCE FREEMAN
 
Un extracto de “Dearest Friends,” Laurence Freeman OSB in Newsletter of the World Community for Christian Mediation, Vol. 38, No. 2, June 2014, pp. 2, 5. 
 
El Espíritu puede hacer cosas maravillosas cuando ella se encuentra con gente que tiene voluntad – y a veces aun cuando no la encuentra. Puede cambiar una hora en un jardín leyendo las Escrituras y compartiendo el pan en una bendición que toca a cada persona de manera única. El Espíritu puede ser religioso pero puede también permear lo que los religiosos llaman los aspectos profanos o seculares de la vida. Si hemos entendido correctamente la encarnación, ¿Qué parte de la vida no comparte en la vida del Espíritu o es incapaz de ser restaurada, renovada, corregida o lanzada por este?
 
El Espíritu es un amigo, un consejero, un maestro. Ella toma nuestra parte y sin decepción, aun cuando estamos equivocados. Todo lo que, de hecho, esperaríamos que hiciera un sabio y amante amigo. Este es una manera de describir la experiencia que tenemos cuando salimos del abismo de la falta de significado y entramos en un campo más iluminado de conexión. El Espíritu renueva y recarga las exhaustas baterías de la vida. Sabemos que es el Espíritu y no nuestros propios medios, porque una renovación en base a nosotros mismos se apaga rápidamente, pero una acción directa del Espíritu es transformación sostenida.
 
Es por esto que la experiencia de Dios está más extendida que lo que las personas religiosas creen. Los primeros cristianos eran lo suficientemente humildes para reconocer esto cuando decían que el que ama conoce a Dios y el que no ama no lo conoce. Esta simple verdad evolutiva de alguna manera se perdió en la lucha intelectual por probar la existencia de Dios y mostrar que mi prueba, mi Dios, era superior al tuyo. Kierkegaard dijo que mientras más refinamos nuestras pruebas de la existencia de Dios, se vuelven menos convincentes. Lo que convence, por supuesto es ver que cambiamos y como cambiamos.
 
Desde la perspectiva contemplativa de la religión – que tiene que pelear para mantenerse al centro de las instituciones religiosas –lo más importante es no el que creemos sino como creemos. Desde esta perspectiva, la verdad no es un logro o una formula sino una revelación. La palabra griega para verdad es ‘aletheia’ y significa precisamente esto: descorrer el velo. La verdad nos ilumina. El velo de la noche de la ignorancia y la ilusión se corre. No solamente un velo sino toda una serie de velos, por el tiempo que sea necesario para que la última trascendencia del ser se lleve a cabo y para que nuestro regreso a casa sea completo. 
 
Después de la meditación: “Praying,” by Mary Oliver in THIRST (Boston: Beacon, 2006), p. 37.
 
No tiene que ser
El iris azul, podrían ser
Hierbas en un prado, o unas cuantas piedrecillas: solo
Presta atención y junta unas cuantas palabras
sin elaborar, esto no es
un concurso sino la entrada
al agradecimiento y a un silencio
en que otra voz podría hablar.