29 de junio 2014

PHOTO: LAURENCE FREEMAN

Un extracto de Laurence Freeman OSB, de ASPECTS OF LOVE (London: Medio Media/Arthur James, 1997), págs. 54-55
 
Podemos aprender a ver la realidad. El solo verla y vivirla es una sanación. Nos lleva a una clase de espontaneidad, cómo la  del niño que aprecia la frescura de la vida, lo directo de la experiencia. Es la espontaneidad de la moralidad verdadera, el hacer lo correcto de forma natural, no vivir nuestra vida por las reglas de los libros sino vivir nuestras vidas con la única moralidad,  la moralidad del amor. La experiencia del amor a uno mismo nos brinda una nueva capacidad para vivir nuestras vidas con menos esfuerzo. La vida se vuelve en menos lucha, menos competitiva, menos materialista, conforme nos abre aquello que todos hemos entrevisto de alguna forma en algún momento a través del amor, que nuestra naturaleza esencial es alegre. En lo más profundo somos seres felices. Si podemos aprender a saborear los regalos de la vida y a verla como es en realidad, estaremos mejor preparados para soportar sus tribulaciones y  sufrimientos. Esto es lo que aprendemos suavemente, despacio, cada día que meditamos.
 
La meditación nos lleva a comprender lo maravilloso de lo ordinario. Nos volvemos menos adictos a buscar formas extraordinarias de estimulación, emoción, diversión o distracción. Empezamos a descubrir en las cosas ordinarias de la vida diaria que este trasfondo de  radiación de amor, el omnipresente poder de Dios, está en todos lados y todo el tiempo.
 
Pero puede ser un trabajo arduo. Hay una historia acerca de un discípulo de Buda quien era un discípulo soso que trataba muy fuerte pero nunca pudo entender lo que Buda estaba tratando de enseñarle acerca de la naturaleza de la realidad. Buda estaba un poco exasperado con este discípulo así que un día le dio una tarea. Le dio un costal pesado de cebada y le dijo, “Corre hacia arriba de esta colina con este saco de cebada”. Era una colina muy empinada. El discípulo, que era muy obediente, y sinceramente quería volverse iluminado, tomó el saco de cebada y corrió hacia arriba de la colina sin detenerse- tal como se le había indicado. Llegó hasta la cima de la montaña completamente exhausto. Entonces dejó caer el saco de cebada y en ese momento fue iluminado; su mente se abrió. Regresó y Buda podía ver a lo lejos que estaba iluminado.
 
Así que es trabajo duro, el aprender a estar quietos, a dejar las cargas del ego, este aprendizaje a conocer y amarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros tenemos que cargar nuestro saco de cebada. Es trabajo difícil, pero es trabajo que hacemos en obediencia, no de nuestra propia voluntad. Es en obediencia a Jesús. En obediencia al llamado más profundo de nuestro ser que es el llamado a ser nosotros mismos.
 
Después de la meditación: De “About Her Departure”, una carta de Simone Weil al Padre Perrin, Abril 16, 1942 de WAITING FOR GOD (New York: Harper Perennial Classics, 2001), pág. 19
 
No podré dejar de pensar con profunda angustia en todos aquellos a quienes he dejado en Francia
Y en usted en lo particular. Pero esto tampoco importa. Pienso que usted está entre aquellos
Quienes, sin importar lo que pase, ningún daño real les puede pasar.