3 de agosto 2014

PHOTO: LAURENCE FREEMAN

Un extracto de “Being Present Now”, del libro “DOOR TO SILENCE: an anthology for Christian Meditation”, de John Main (Londres: Canterbury Press, 2008), pág. 82-83.

 
Si estamos verdaderamente atentos al mantra, no podemos imaginarnos a Dios. No podemos construir ninguna idea o ícono de Dios. En el contexto de esta pura atención, pura fe, aprendemos que todas las imágenes, ideas, memorias y palabras no están al alcance de la realidad a la que estamos prestando atención. Ellas son irreales. Son ilusiones. Entonces en meditación nos damos cuenta que Dios no es una memoria ausente o un sueño abstracto. Dios es.
 
En la simplicidad y en la confianza de la práctica de la meditación, Dios es conocido no como lo pensábamos (como entidad) o imaginábamos o habláramos o analizáramos sino como toda una realidad. Ir al encuentro de Dios en la pura atención es conocer y conocerse por Dios. Conocer es amar. Ser amado es ser conocido.  Ser amado por Dios es amar a Dios.  Necesitamos ceder a todo proceso intermediario. Todas las imágenes, pensamientos y lenguajes deben irse.
 
La práctica simple de decir el mantra nos enseña a prestar total atención a lo que ES directamente. Prestar entera atención a Aquel  que es personalmente. Prepararnos para esto es aprender la disciplina de la atención.  Aprendemos la disciplina del desprendimiento, dejando de pensar en nosotros mismos, para no ser atrapados en nuestra propia red auto-reflexiva. Para no ser atrapados por circunstancias externas. Pero sí, para vivir desde la profundidad de nuestro ser, desde la profundidad del ser mismo.
 
La meditación es una disciplina de presencia. Por medio de la quietud del cuerpo y del espíritu aprendemos a ser totalmente presentes en nosotros, en nuestra situación, en nuestro lugar. No estamos huyendo. Quedándonos enraizados en nuestro interior nos hacemos presentes en Su Fuente. Nos enraizamos en Su Ser. Así, a través de todas las circunstancias cambiantes de la vida, nada nos sacude.
 
El proceso es gradual. Requiere de paciencia. Y confianza. Y disciplina. Y humildad.
 
La humildad de la meditación es dejar de lado todo auto-cuestionamiento importante. Dejar de lado nuestras metas por importantes que sean, para experimentarnos pobres, desapegados de nuestro ego, a medida que aprendemos a ser. Estar presentes a la presencia. Aprendemos, no fuera de nuestra inteligencia, pero desde la fuente misma de la sabiduría, el Espíritu de Dios.
 
Después de la meditación: de TALKS WITH RAMANA MAHARSHI: On Realizing Abiding Peace and Happiness (Carlsbad, CA: Inner Directions, 2001) Pág. 70-71
 
La última Verdad es tan simple. No es nada más que ser en el estado primitivo, original.  Esto es todo lo que hay que decir. Aún así, es una maravilla porque para enseñar esta Verdad tan simple, no deberían ser necesarios tantas religiones, credos, métodos y  disputas sobre ella. ¡Qué lástima! Porque las personas buscan cosas elaboradas, atractivas y confusas, es que existen tantas religiones y cada una es tan compleja, que cada credo en cada religión tiene sus propios adherentes y antagonistas.
Por ejemplo, un cristiano común y corriente no estará satisfecho a menos que se le diga que Dios está en algún lugar en los cielos lejanos, imposible de ser alcanzado por nosotros sin ayuda. . .  Si se le dice la sencilla verdad: "El Reino de los Cielos está dentro de ti" - él no está satisfecho y va a leer significados complejos y exagerados en tales declaraciones. Mentes maduras por sí solas pueden captar la verdad sencilla en toda su desnudez.
 
Traducido por Isabel Arçapalo.