22 de enero 2012

 

Un extracto de la “Segunda Conferencia”,  The Gethsemani Talks (Tucson, AZ: Medio media, 2000, pp.37-39).

 

La Meditación es oración de fe porque decidimos seguir el mandato del Maestro: decidimos perder nuestras vidas en pos de la completa realización de nuestro potencial.

Y cuando hemos encontrado nuestro verdadero Ser, nuestra tarea es tan solo comenzar.

 

Porque tan pronto como nos hayamos encontrado, lo que hicimos - de acuerdo a lo expresado por San Agustín - es haber dado el primer paso que nos llevará hacia  Dios. Porque es tan solo entonces que encontraremos la confianza necesaria para el próximo paso, que es dejar de mirar nuestro nuevo Ser encontrado, retirando la atención de nosotros mismos  y llevándola hacia el Otro. Y la meditación es oración de fe precisamente porque nos quedamos atrás esperando confiados antes que el Otro aparezca y sin garantía alguna de ello. La esencia de esta pobreza consiste en este riesgo de aniquilación.

Este es el salto de fe de nosotros hacia el Otro, es el riesgo que encontramos en todo lo que amamos… este es el momento delicado en el desarrollo de nuestra oración. Pues cuando nos damos cuenta de todo lo que se encuentra involucrado en la oración de entrega profunda, sentimos una fuerte tentación de volver atrás, de evadirnos del llamado a la pobreza total, de abandonar la práctica del mantra y la oración centrada en Dios, retornando a la oración egocéntrica.

La tentación de retornar  a ese tipo de oración podríamos describirla como la oración de piedad anestesiada que trae consigo una sensación irreal — el tipo de oración que Juan Casiano llamaba “pax perniciosa,” (paz ruinosa) y “sopor lethal” (sueño letal). Esta es una tentación que debemos trascender. Jesús nos ha llamado a perder nuestra vida, evitando quedarnos en términos medios. Si perdemos nuestra vida — y solo si la perdemos — la encontraremos.

La visión de oración de Juan  Casiano, al concentrar nuestra mente en una sola palabra, es prueba de genuina renunciación. De acuerdo a esta visión renunciamos al pensamiento, a la imaginación, incluso a la conciencia misma de ser, matriz de lenguaje y reflexión.

Veamos porqué renunciamos a todos estos dones de Dios en el momento de oración… no es suficiente decir que renunciamos a ellos meramente porque son motivo de distracción. Sería por cierto absurdo negar que ellos son medios importantes de comprensión y comunicación. Tampoco renunciamos a ellos porque consideramos que ellos no tienen lugar en nuestra relación social o personal con Dios. Es obvio que nuestra entera respuesta litúrgica a Dios se basa en una palabra, gesto o imagen. Y Jesús mismo nos ha dicho que podemos orar al Padre en su nombre por todo aquello que necesitamos y por las necesidades del mundo entero.

Todas estas consideraciones deben ser tenidas constantemente en cuenta. Mas en el centro de nuestro ser todos nosotros sabemos la verdad de lo que Jesús quería decirnos cuando nos invitaba a perder nuestra vida para encontrarla. En este mismo centro, todos nosotros sentimos la necesidad de una simplicidad radical… En otras palabras,  todos nosotros sabemos de la necesidad de regocijarnos en nuestro ser de la manera más simple, sabiendo que existimos simplemente sin ninguna otra razón que para dar gloria a Dios, creador nuestro, que nos ama y sostiene en nuestro ser. Y es en oración que experimentamos el puro gozo de ser simplemente. Habiendo renunciado a todo lo que tenemos, a todo aquello por lo que existimos, nos presentamos ante el Señor Dios en pura simplicidad. Y en la pobreza del simple verso de Juan Casiano encontramos los medios… debemos perder nuestra vida para encontrarla, perderlo todo para llegar a ser todo.

Laurence Freeman

 

Después de la meditación: Un extracto de Juan Casiano, “La 10ª Conferencia: Sobre Oración, XI,” Juan Casiano, The Conferences, ed. Boniface Ramsay, OP (New York: Paulist Press, 1997), p. 383.

1.   Mantengan la mente continuamente en esta forma de oración… hasta que renuncien y rechacen toda riqueza y abundancia de pensamientos. Corregida de esta manera por la pobreza de este verso, obtendrán muy fácilmente esa beatitud evangélica que se encuentra en el 1er. lugar de las demás beatitudes. Pues dice, “Benditos los pobres de espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.” Por lo tanto, quienquiera sea admirablemente pobre con este tipo de pobreza llevará a cabo estas palabras proféticas: “Los pobres y los necesitados alabarán el nombre del Señor.”

2.   De hecho, ¿qué pobreza puede ser mayor o más santa que aquella  de aquel que se da cuenta que no tiene protección ni fuerza y que busca ayuda diariamente en otra gratificación, que comprende que esta vida se sostiene en todo momento en Dios?  

 

Traducción de Teresa Decker