Sábado después del miércoles de ceniza, 13 de febrero 2016

La parte más fácil - y tal vez más útil - de mi trabajo es ir a una clase de niños, introducirlos a la meditación, meditar con ellos (un minuto por cada año de su edad) y hablar con ellos, como les gusta, de lo que la experiencia significa para ellos.


Las primeras veces que me pidieron hacer esto yo estaba de antemano bastante nervioso sobre qué hablar. Pronto me di cuenta de que si tuviera un mensaje prepago para entregar, rara vez hubiera hecho una fuerte conexión con los niños. Yo era condescendiente y (generalmente) eran educados. Así que empecé a ir sin preparar nada (como Jesús aconsejó hacer a sus discípulos cuando fueran llevados ante la ley). Ahora, es como entrar en una corriente que fluye clara, fresca y pura, y ser arrastrados por ella. Es una corriente sin nombre, y no podemos decir de dónde viene ni a dónde va. Pero está ahí. Es una experiencia de Dios, sin los rayos ni el éxtasis. Es lo que es, como Dios dijo: 'Yo soy el que soy'.

Tenemos tantas palabras para Dios y tantas definiciones de lo que es y lo que él quiere que hagamos y sobre todo de lo que no quiere que hagamos. Después de un rato, la presunción del lenguaje religioso se siente desagradable y uno anhela la experiencia que no tiene nombre y no es prescriptiva. Cada vez más me pregunto por qué a las personas e instituciones religiosas les resulta tan difícil hacer espacio para esta experiencia y son a menudo tan sospechosas de ella. Como te dirán los niños, en realidad es una experiencia muy agradable y te hace sentir muy tranquilo.

Una vez más, como dijo Jesús, no podemos conocer esta experiencia (el "reino") a menos que estemos en el estado infantil. Ir a este estado después de haber dejado el periodo edénico de la infancia (un período cada vez más corto en nuestra cultura, ya que niegan a los niños esta experiencia de la inocencia), es lo que significa madurar. Tiene muchos nombres: crecimiento, viaje espiritual,  integración. Pero en general, la madurez significa recuperar a un nivel superior de conciencia la capacidad innata para estar en el presente y en la presencia, que hace a la infancia tan maravillosa de ver y de estar cerca de ella.

Para esto, no hay ningún nombre que le haga justicia, y a los niños no les importa que no lo tenga. Después de todo, es mejor saber la experiencia sin el nombre que saber el nombre sin la experiencia. La educación y la religión verdadera son el humilde intento para que coincidan.

Y de esto trata la Cuaresma. Recordar lo que somos y lo que somos capaces de hacer. Recuperar la inocencia a pesar de todo, y porque hemos mellado la experiencia. Encontrar la "segunda ingenuidad” que escapa a nuestro mundo más consciente de sí mismo y demasiado centrado en la parte izquierda del cerebro. Si este es el objetivo y la recompensa de nuestra muy moderada ascesis de meditar cada día, es como quitarle un caramelo a un bebé.

Traducción: Marina Müller

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