Lunes de la Primera Semana de Cuaresma, 15 de febrero 2016

Las limitaciones se disuelven una vez que se enfrentan en la fe. El Amor las relega a un nivel más bajo de la realidad, para que podamos seguir viviendo expansivamente, a pesar de ellas. La paciencia redefine nuestra experiencia del tiempo para que podamos sentir el futuro evolucionando en el presente.


Debido a descubrimientos muy recientes, nuestra visión del universo está siendo transformada por haber encontrado lo que los científicos han estado buscando desde que Einstein vislumbró su poco de la realidad hace un siglo, con la simplicidad profunda, que es demasiado para ser entendida por la mayoría de nosotros. Hemos encontrado las ondas de gravedad. Ahora que vemos lo que hemos estado buscando, estamos ansiosos por encontrar la pista hasta la última frontera: el origen del tiempo y el espacio, el propio Big Bang.

Al igual que con el conocimiento espiritual, los descubrimientos de la ciencia siempre conducen a nuevas preguntas y fronteras. San Gregorio de Nisa y el escritor paulino lo llamaron 'epiktasis', siempre empujando hacia adelante las fronteras del conocimiento. “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta” (Fil 3:13).

Esto suena como la esperanza que surge eterna; y que es. Pero no está deseando. Está autenticando la experiencia. La mejor prueba es la experiencia, dijo Francis Bacon, uno de los fundadores de la ciencia moderna. La marca que siempre presionamos hacia adelante, se aleja, eludiendo el intento de nuestro cerebro izquierdo para captarla y convertirla en un concepto, en una imagen de la realidad, una pieza de información almacenada. Pero el cerebro derecho sabe de su perenne frescura, siempre antigua y siempre nueva, y se contenta con saber sin etiquetarla.

Comenzamos a meditar con una visión  profundamente simple de la realidad, que nos asegura la existencia de un universo interior en expansión: el reino interior, la caverna del corazón, el pequeño espacio que contiene todas las cosas que existen. En lo infinitamente pequeño nos elevamos a lo infinitamente grande. En la interioridad más profunda se trasciende el límite entre el interior y el exterior.

 

Si se encuentra la prueba, no es a través del cálculo y medida, sino a través de un tipo diferente de conocimiento experimental. Nuestra propia mente por sí sola no puede saber este tipo de conocimiento. Pero el desierto, el desierto conceptual de silencio nos da formato para este conocimiento. Sabemos lo que la mente de Cristo conoce porque es su voluntad compartir todo lo que ha aprendido del Padre.

La Cuaresma es nada menos que el aprendizaje de vivir en la siempre expansiva e inclusiva mente de Cristo.

P. Laurence Freeman OSB

 

Traducción: Marina Müller

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