Tercer lunes de cuaresma, 29 de febrero 2016

Debe haber un pequeño tornillo en el cerebro que controla nuestra auto-consciencia. ¿Será lo que llamamos mente? Ella es la fuente tanto de nuestra mayor dignidad humana, nuestro potencial de consciencia más elevado y trascendencia, como de nuestra peor miseria, o nuestro auto-aislamiento. La auto-consciencia nos muestra que somos diferentes. Pero puede sutilmente llevarnos a creer engañosamente que estamos fundamentalmente separados.


Algunas personas tienen muy poca auto-consciencia. Como resultado, pueden estar viviendo en un cierto estado vegetativo. O podrían estar extremadamente ocupadas y frenéticamente orientadas hacia una meta, hacia un espacio del que podrían ser conscientes. Una joven estudiante me comentó una vez que la meditación le sorprendió mucho y la cambió de forma permanente, haciéndole ver que tenía una vida interior. Ella describió la palabra "vida interior" muy cuidadosamente. La primera vez que nos sentamos a meditar descubriremos si somos vegetales o locos. De todos modos, el camino del auto-conocimiento, más importante que la habilidad de hacer milagros, ha comenzado. El tornillo de la auto-conciencia ha comenzado a desenroscarse.

Algunas personas, muy pocas creo, pueden tener una repentina iluminación en su primera meditación. Como no saben ni siquiera qué esperar, de pronto, sin pensarlo, lo ven y el reino se les manifiesta, como cuando las nubes que ocultan el monte Fuji, se dispersan calmadamente. Aun cuando las nubes regresen y se pierda la visión, se dan cuenta de que algo les cambió para siempre. El auto-conocimiento nunca nos deja iguales. Nunca lo olvidamos completamente.

Pero, pase lo que pase, luego llega el trabajo diario del segundo nivel del silencio. Como un músico, un padre, un jardinero, un poeta, hemos encontrado un trabajo que debemos aprender a amar, porque es la expresión de nuestro verdadero ser. Es como si el trabajo nos amara a nosotros. De todas maneras, encontraremos amor en el trabajo.

Tan pronto como vemos que la meditación es simple, pero no fácil, descubrimos cuan ruidosa e inestable es nuestra mente. El fracaso, así se lo siente, de decir el mantra, nos enseña la humildad (igual al auto-conocimiento). La disciplina de dejar continuamente de lado nuestros pensamientos, como un aprendizaje serio, nos enseña la disciplina del camino angosto a la libertad interior. Con el tiempo el nivel de distracciones disminuye y, antes que eso suceda, le daremos menos importancia aunque nos absorba y nos secuestre. Ellas se convierten en el ruido de fondo, la conversación fuerte del cuarto contiguo.

Sin embargo, el silencio de la mente no viene solamente del dejar ir los pensamientos, palabras o imágenes. Viene a través del acto fiel de prestar atención como un acto de amor, retornando la mente a un simple punto. Ese punto no es un pensamiento o imagen.  Tan pronto ese punto se convierte en uno de ellos, nos complicamos de nuevo. Dejando el pensamiento-palabra-imagen, que es como la cristalización de la mente, se restaura la simplicidad. El silencio de la mente se profundiza cada vez que hacemos esto. La auto-consciencia se clarifica más. El auto-conocimiento nos cambia más. Y el simple punto aparece en nuestro discurso, actividades, y relacionamientos. Se comienza a conocer no sólo como un fenómeno mental sino también como un portal espiritual. Cuanto más pequeño es el punto, abre una mayor inmensidad.

Traducción: Marta Geymayr

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