1er. Domingo de Cuaresma, 5 de marzo 2017

Conocí recientemente a una mujer hindú que se mostraba muy ilusionada con la llegada de la Cuaresma.  Aunque no era una creyente cristiana, sentía un gran afecto y admiración por María y por Jesús. Para esta señora, la Cuaresma significaba una magnífica oportunidad de renovación personal y de profundización en su devoción. Su enfoque era muy refrescante por la ausencia de un sentimiento de culpabilidad y de una necesidad de penitencia generada por el pecado. Sigue leyendo.

Los principios esenciales de la Cuaresma expresan una necesidad humana básica de simplificación, moderación y purificación. Naturalmente, todos tenemos una dimensión que busca adquirir, acumular y poseer. Pero en cuanto nuestras posesiones alcanzan un cierto nivel, empezamos a encontrarlas agobiantes y deseamos desprendernos de ellas. Y ahí es cuando empieza la lucha. Queremos ser pobres y sencillos. Pero no justo ahora mismo. Leemos entusiasmadamente sobre la pobreza y la simplicidad. Vemos películas y oímos charlas. Incluso “hacemos un Doctorado” sobre el tema. Pero seguimos adquiriendo y acumulando hasta que incluso nuestra vida espiritual llega a convertirse en otra dimensión de este culto al deseo.

La mujer hindú nos recuerda lo valioso que es sencillamente celebrar y seguir nuestro impulso de desprendernos de aquello que poseemos y que ya no necesitamos. El ayuno – o su versión moderna de las dietas – es una herramienta útil para alcanzar este fin, aunque secretamente sigamos agarrándonos a aquello de lo que nos queremos liberar. En la práctica, lo importante no es tanto la perfección de nuestros esfuerzos sino la motivación que tenemos. En las dietas, la motivación suele ser nuestra propia imagen – acerca de lo que siento cuando me veo en el espejo o de lo que otros piensan cuando me ven. En el ayuno, por el contrario, la motivación no es la imagen que damos o cmo nos encontramos pero el grado hasta que hemos sido capaces de librarnos de las ilusiones de nuestro egocentrismo. encontrarlaómo nos vemos sino el grado en que hemos sido capaces de liberarnos de las ilusiones y ataduras de nuestro egocentrismo. En la Cuaresma, nuestro foco de atención está en algo que nunca podemos ver objetivamente: Nuestro ser verdadero (Por tanto, no fijaremos nuestra mirada en las cosas que se ven, sino en las que no pueden verse, pues lo que puede verse es temporal pero lo invisible es eterno. 2 Cor 4:18).

¿Qué tienen de especial estos cuarenta días? ¿No deberíamos estar haciendo esto mismo todos los días? Sí y es precisamente por esta razón por la que San Benito decía que la vida del monje (del meditador, en nuestro caso) es una Cuaresma perpetua. Aunque sabemos que deberíamos tener limpia nuestra casa todo el año, sólo hacemos una limpieza a fondo en primavera. Es un esfuerzo que nos hace sentir mejor.

¿Y qué consiguió Jesús después de sus 40 días de ayuno? (Hoy en día, es difícil imaginar que podamos hacer algo sin obtener nada a cambio). Pues Jesús sintió hambre. Lo cual es perfectamente comprensible. Así, él pudo recibir un consuelo genuino y auténtico, no uno falso. Y por encima de todo, pudo distinguir, sin la más mínima duda, la diferencia entre la ilusión y la realidad.

 

Traducido por WCCM España

 

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