Martes de la 1ª semana de Cuaresma, 7 de marzo 2017.

¿Qué sacamos de la práctica espiritual? No mucho, ojalá pudiéramos convertirlo en dinero en efectivo o usarlo para hacer que nuestro curriculum sea más atractivo. Cuando Jesús habla de la oración, el ayuno y la limosna, desilusiona al ego por la manera en que lo coloca fuera del radar, lejos de cualquier fuente de orgullo o de auto-felicitación. "No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace tu mano derecha", cuando das limosna, dice. No sólo no se nos permite negociar el reconocimiento por parte de los demás, ni siquiera se le permite entrar en el juego al ego auto-observador. "Secreto" es la palabra que usa más de una vez - en griego es "mysterion". No extraigas la práctica espiritual del reino del misterio, del conocimiento unitivo donde no hay actores ni audiencia apreciativa.

Esta no-conciencia de sí mismo es en realidad una forma superior de conciencia. Aunque sea difícil para nosotros renunciar a nuestra posición en la torre de control del ego, realmente vemos y sabemos mucho más cuando lo hacemos. Lo difícil que es dejar de lado la conciencia de sí mismo es evidente tan pronto como nos sentamos a meditar y mantener nuestra atención en el mantra. Es evidente lo gratificante que es esto, a partir de los frutos que aparecen en toda nuestra vida sorprendente y maravillosamente, como flores simples de primavera que conmueven emergiendo de la tierra estéril en el cambio de estaciones.

Muchas personas religiosas piensan que la recompensa es una comprensión justa de lo que obtenemos de la práctica espiritual y el ejercicio de la virtud. Pero es sólo una metáfora. Dios no premia ni castiga. La misma idea de mérito que llena las mentes de muchos budistas, cristianos, hindúes y judíos es desagradable. Es una mercantilización de lo espiritual, que es inconmensurable, y sólo reside en el secreto del misterio. El mérito es difícil de separar de la autosatisfacción. Lo que obtenemos, entonces, de la observancia cuaresmal y de nuestra práctica cotidiana es la sencillez. No hay fin a la simplicidad y por lo tanto no es una meta para lograr. En cierto punto el deseo de ser simple se disipa y sólo nos volvemos verdaderamente simples cuando dejamos de pensar en ello. Tomás de Aquino pensó que "Dios es infinitamente simple". (Qué alivio saber que somos creados, redimidos y amados por un Dios como este).

El significado de nuestra práctica es que nos volvemos como Dios, simples (haciéndonos como Jesús). Al principio, el ego se cuida de esto, ya que sólo quiere ser como las celebridades en los Oscars o los exitosos iconos entronizados en los medios de comunicación. Pero el ego, como un niño codicioso, puede aprender a crecer. Aprendemos que la sencillez pasa por el duro pero necesario proceso de desilusión.

Cuando decimos "Me siento desilusionado" o "la gente está desilusionada con la política, la religión, los periodistas, los banqueros...", suena triste y decepcionante. Tenemos que reflexionar sobre lo que significa que podamos decir 'hurra, estoy desilusionado'.

Traducción: Marina Müller, WCCM Argentina

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