Jueves de la 1ª semana de Cuaresma, 9 de marzo 2017

Cuando la ilusión empieza a existir puede ser, en un primer momento, muy alentadora. Como un candidato que promete todo por nada, uno de los falsos mesías que tenemos regularmente, o como una celebridad rutilante cuyo acicalado éxito envidiamos e imaginariamente hacemos nuestro, la ilusión da un alivio temporal al dolor asociado a nuestras necesidades insatisfechas o nuestros deseos frustrados. Pero siempre, al final, explota. Sigue leyendo.

El proceso de desilusión es doloroso, dependiendo de cuánto tiempo y cuán profundamente nos hemos dejado seducir. Cuanto mayor sea la multitud alrededor nuestro cayendo en la misma ilusión, mayor es la posibilidad de que seamos absorbidos por este torbellino destructivo.

Fortalecemos la falsa existencia de la ilusión enfocándonos en ella y actuando como si fuera real. Lo irreal puede también ser muy poderoso a su manera e incluso asumir una vida autónoma que afecta colectivamente a la gente.  Las tiranías empiezan con la desafiante fantasía de los “hechos alternativos”.

Diádoco dice que resistimos este crecimiento de la ilusión, que eventualmente devora toda libertad, simplemente prestando atención al “recuerdo de Dios”. Simone Weil dijo algo similar: ante la aparición de una maldad que no puedes derrotar, presta atención a lo bueno.  Por supuesto, cuando nuestra percepción de la realidad ha sido tan nublada por la ilusión que ya no estamos seguros sobre qué es verdadero y qué es falso, esto puede ser difícil. Significa algo más que pensar acerca de lo que podría (o no) ser bueno.  En la meditación prestamos atención a lo bueno, en primer lugar a nuestra propia bondad, al desviar nuestra atención de los pensamientos e imágenes y abandonando todas las evaluaciones. Al repetir el mantra, prestamos atención pura no a algo que pensamos o a algo que damos vida a través del deseo y la imaginación, sino al silencio del ser, a lo que realmente es.  En lo existente (o sea todo lo que sale del ser y se convierte en visible) existe siempre el peligro de falsedad.  En el ser (o sea la contemplación) la simplicidad radical de la atención pura filtra lo irreal y lo desecha.

Diádoco dice que podemos hacer esto siempre que podamos “persuadir a nuestra alma que no se distraiga por el falso brillo de esta vida”. Dejemos acá por un momento la cuestión de realidad-ilusión. En esta primera semana de cuaresma, ¿dónde dirías tú que este falso brillo se acumula en tu vida?

 

Traducción: Javier Cosp Fontclara WCCM Paraguay

 

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