Jueves de la 3ª semana de Cuaresma, 23 de marzo 2017

Un meditador anciano de China me dijo una vez que incluso a su avanzada edad se encontraba acosado por lo que él llamó “pensamientos llenos de miedo”. Éstos venían de su pasado, pero se sentían fuertemente en el presente. Podían tratarse sobre su salud, por culpa por cosas que había hecho o el miedo al fracaso, al rechazo o la sobreexposición. Estos pensamientos surgían pero, desde que meditaba, eran mucho menos capaces de abrumarlo. Sigue leyendo.

Me recordó la experiencia que tuve por un tiempo durante mi adolescencia, cuando me despertaba con una mente fresca y clara por las mañanas. Pero en pocos segundos recordaba quién era y dónde estaba y lo que debía hacer ese día, y sentiría un nudo apretado, pesado y oscuro en mi pecho. No era un dolor precisamente físico, pero podría haberse convertido en uno fácilmente. Debía ignorarlo, salir de la cama y luego mi actividad empujaba rápidamente  a ese nudo de preocupaciones de nuevo a su guarida.

El meditador anciano me dijo cómo sus viejos pensamientos cargados de miedo salían periódicamente de su escondite durante la meditación. Él diría el mantra fielmente como podía a través de ese tormento, sintiendo que no estaba teniendo una “buena meditación”, pero sabiendo que estaba haciendo exactamente lo que debía hacer. Él sabía que estos miedos eran ilusorios, pero eran no obstante molestos y le preocupaba que el efecto del miedo sobre él se volviese incontenible. Después de la meditación había recuperado su libertad y una sentencia se formaba con frecuencia en su mente: “Es tan bueno volver a la realidad”.

La mujer samaritana del pozo podría haber sentido que había confrontado el miedo y enojo que proyectó en Jesús y el resto del mundo al principio de su encuentro con él. Al final de la historia, ella había recuperado su lugar en la comunidad y reubicado su libertad interior al dar a otros altruistamente algo bueno que la había tocado y sabía que podía compartir. Jesús lo llamó un torrente de agua viva que surgía del interior.

Hace unos días en Bonnevaux estaba caminando por el terreno con algunos visitantes. Fuimos hasta los dos manantiales, que yo considero lugares muy sagrados y puros, uno en cada extremo de la propiedad. En cada uno, el suelo alrededor se había abierto para exponer la corriente de agua limpia que fluía desde un lugar misterioso y secreto dentro de la tierra. Tal vez esto fue hecho por los monjes del siglo XII que construyeron su monasterio aquí, pero probablemente fue hecho mucho antes por antiguos habitantes. Los manantiales son atemporales, siempre presentes, constantes y nuevos. Sanan las heridas del pasado.

La palabra en francés para “manantial” es “fuente”.

Traducción: Sofía Cosp WCCM Paraguay

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