Viernes de la 3ª semana de Cuaresma, 24 de marzo 2017

El arte de vivir que tratamos de refrescar - o aún de descubrir por primera vez - en Cuaresma, es vivir desde el origen. El manantial de la consciencia fluye a la existencia visible tan naturalmente como suben las burbujas de agua desde el fondo o como aparece un bebé recién nacido. Cuanto más cerca del origen estamos, más inocentes sabemos que somos. Sigue leyendo.

Inevitablemente, sin embargo, el agua adquiere cierta turbidez o aún toxicidad luego de que ha estado fluyendo por algún tiempo. Es triste que tenga que ser así, pero es uno de los caminos por los que realmente nos volvemos más conscientes. Así que podemos decir que la impureza, la pérdida de la inocencia, es inevitable y también tiene un propósito. Nos hace conscientes del efecto de la distancia entre nosotros y el origen y cuál es nuestra verdadera relación con el origen.

Tenemos que poner “distancia” entre comillas o nos tomaremos la metáfora demasiado literalmente. Si no somos cuidadosos (atentos), fácilmente podemos caer en sentir que estamos fuera de alcance con el manantial del ser. Que estamos perdidos, separados, alienados. Nos volvemos nostálgicos de la pureza primigenia y de la inocencia del ser. La experiencia, la edad, el tiempo, se sienten como un triste declinar que ensombrece incluso los beneficios y delicias reales que la vida trae. Sin oposición, conduciría a una vejez amarga. Esta desesperanza puede abatir incluso a los jóvenes.

La verdad es que en todo momento somos llevados en la corriente de la existencia que fluye desde el manantial del ser. Aún cuando sea bloqueada, forzará su camino y volverá a fluir. El ser  (como el Padre en la idea cristiana de Dios) permanece siempre invisible, una fuente escondida. La existencia (como el Hijo) es la expresión visible del ser. Une la fuente con el otro extremo de la vida, la meta, el océano del ser que se hace conocible primero por la pequeña fuente que burbujea en un rincón del prado. La unidad del origen y la meta es el Espíritu de completitud.

 La corriente visible del ser en la vida cotidiana mezcla misteriosamente la pureza con la impureza, la alegría con el sufrimiento, la inocencia y la culpa, la paz y el stress, el amor y el miedo. En Cuaresma, a través de la renuncia, el dejar ir y haciendo tiempo para la oración, aprendemos a ver y a aceptar y a realmente regocijarnos en esta mezcla entreverada que es la existencia humana. No somos ángeles, gracias a Dios. No somos respuestas exactas a preguntas matemáticas. No somos modelos mecánicos. A través de nuestro crecimiento en el auto-conocimiento, vemos que la impureza es útil porque nos hace más capaces de saborear la frescura del manantial.

El Reino está muy cerca de ustedes, decía Jesús. La sabiduría de las edades es ese sentido de distancia, no importa qué tan real se sienta o qué tan paralizante pueda ser para nuestro desempeño psicológico en el mundo; es de hecho una ilusión. La meditación nos convence de no identificarnos con las impurezas, los restos flotantes y los desechos que la corriente de la vida va acumulando mientras se convierte en un río. Tenemos una maravillosa variedad de palabras para describir los diferentes tamaños y manifestaciones del fluir del manantial: palabras como arroyo, corriente, riachuelo, río, cañada, arroyuelo, torrente, - lo siento traductores, por favor agreguen palabras de su propio idioma a la lista… -

El silencio, afortunadamente, no requiere traducción porque no es conceptual ni está atado a las imágenes que las palabras encarnan. La meditación purifica nuestras mentes por la experiencia siempre fresca de descubrir que somos la fuente y también la corriente y el río. Tenemos esta maravillosa unidad que nos hace seres esencialmente espirituales. De hecho, aún cuando somos de lo más impuros seguimos siendo divinamente frescos.

Traducción: Carina Conte WCCM Uruguay

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