Jueves de la 4ª semana de Cuaresma, 30 de marzo 2017

Aquí espero que esté la conexión con la reflexión de Cuaresma de ayer. Hace poco estuve meditando con un grupo de médicos y enfermeras que trabajan en una muy estresante rama de la medicina pública. Son un grupo de personas extraordinariamente generosas y compasivas que forman un poderoso equipo de ayuda mutua de amigos profesionales. También quieren meditar. Sigue leyendo.

Expresan su motivación de forma diferente pero ello está, no sorpresivamente, relacionado con los peligros inherentes a su trabajo.  Peligros tales como el agotamiento nervioso (cerrarse internamente, mientras siguen aparentemente sus actividades) o incluso formas de auto lesionarse, desde perder el balance de los aspectos personales y profesionales de sus vidas o las consecuencias físicas y psicológicas del stress mal manejado.

La mayoría lucha con dificultad para encontrar tiempo para meditar. Esta lucha les muestra como la meditación conduce al autoconocimiento aún en el mismo proceso de aprendizaje. Entendemos y vemos mejor cuando no podemos hacer lo que queremos hacer. Por supuesto esto podría llevarnos a rendirnos.  Pero, más positivamente, podría ayudarnos a revisar nuestras metas, a superar nuestra resistencia o simplemente a usar el tiempo más sensatamente. La mayoría de la gente admite que podría encontrar el tiempo para meditar si se lo ponen seriamente como objetivo.

De igual manera, nuestra observación de la Cuaresma nos anima al auto conocimiento ya sea que estemos o no satisfechos con el cumplimiento de nuestra observación. Este auto conocimiento nos conduce a lo que los padres del desierto llamaron “discreción”. Nada es más importante que la discreción en el sendero espiritual que llamamos “vida”. Ella obedece las leyes eternas sin caer en la trampa de ser legalista. Es por esto que los padres del desierto dijeron que adquirir auto conocimiento es más importante que la habilidad de hacer milagros.

Sin embargo, el más puro nivel de auto conocimiento es lo que escribí ayer, la experiencia que no puede ser experimentada. ¿Suena esto a algo astral y esotérico? No, si han escuchado a los médicos que están aprendiendo a meditar.  Cuando estábamos hablando acerca de la quietud del cuerpo y la mente como un elemento esencial de la meditación, pregunté si alguno de ellos había experimentado la quietud.  Hasta entonces habían hablado de su meditación en términos de distracción y fracaso. Pero, al darles un pequeño empujón, algunos reconocieron que habían tenido un destello, por un momento fugaz, de lo que significa la quietud.  Pero apenas empezaron a pensar sobre esta experiencia, esta inmediatamente por supuesto se perdió.

La mayoría de las cosas que llamamos experiencia es simplemente memoria, la impresión dejada por un momento puro en el cual fuimos liberados de nuestra auto conciencia usual. La experiencia en sí misma es una inauguración que derriba las estructuras de tiempo en nuestro pensamiento e imaginación. Es puro presente.  Tan pronto como le llamamos experiencia, esta retrocede.  Con el tiempo nuestra memoria de ella se va desvaneciendo y a menudo se vuelve inexacta.  Al final solo la pura experiencia importa. No puede ser repetida a voluntad, pero siempre podemos estar abiertos a ella. Nuestra apertura no apegada es fe. A medida que la fe se fortalece lo hace también la conciencia de la continua presencia, aunque en realidad no estemos en la experiencia.

Los médicos están en una introducción a la meditación limitada por el tiempo. Al igual que la Cuaresma, el límite de tiempo nos da el incentivo y la disciplina para escabullirnos del tiempo y tocar el presente.

Traducción: Javier Cosp Fontclara WCCM Paraguay

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