30 de Julio 2017

                                                           Photo credit: Alan Vernon. via Visual Hunt / CC BY-NC-SA

De Laurence Freeman OSB, “The Power of Attention”, THE SELFLESS SELF (Londres: DLT, 1989), págs. 31-35


Siempre ha existido un gran peligro, pero hay uno que existe especialmente para nosotros en nuestra sociedad auto-consciente, y narcisista, al confundir la introversión, la auto-fijación, el auto-análisis, con la verdadera vida interior… Tener una vida interior es completamente opuesto a ser introvertido. En el conocimiento de la presencia que habita en nuestro interior, nuestra conciencia se voltea, se convierte, para que no estemos, como habitualmente hacemos, viéndonos a nosotros mismos; anticipando o recordando sentimientos, reacciones, deseos, ideas o sueños. Nos estamos volteando hacia algo diferente. Y eso siempre es un problema para nosotros.

Sería más fácil, pensamos, rechazar la introspección si supiéramos hacia qué nos vamos a voltear. Si tan solo tuviéramos un objeto fijo al cual mirar. Si solamente Dios pudiera ser representado por una imagen. Pero el verdadero Dios nunca podrá ser una imagen. Las imágenes de Dios son dioses. Hacer una imagen de Dios es acabar mirando a una imagen reconstruida de nosotros mismos. Tener una vida interior, abrir los ojos del corazón, significa vivir dentro de la visión sin imágenes que es la fe, y esa visión es la que nos permite “ver a Dios”. En la fe, la atención no es controlada por los espíritus del materialismo, de la auto-búsqueda y la auto-preservación. Sino por un Nuevo Espíritu el cual por naturaleza es desposeído. Es estar siempre dejando ir y continuamente renunciar a las recompensas de la renunciación, las cuales son muy grandes y por ello se hace más necesario regresarlas.

No hay reto más crucial que el entrar en la experiencia remanente de estar centrado en el otro. Es el extático y continuo estado de desposesión. Podemos dar un vistazo, sencillamente al recordar esos momentos o etapas en la vida en las que experimentamos el más alto grado de paz, realización y alegría y reconocer que esos momentos fueron, no cuando poseíamos algo, sino cuando nos perdimos en algo o en alguien. El pasaporte hacia el reino requiere que le pongamos el sello de la pobreza.

 

Después de la meditación: Stanza 7 de “October” por Mary Oliver en NEW AND SELECTED POEMS (Boston: Beacon Press, 1992), pág. 62

Algunas veces a finales del verano no toco nada, ni 
las flores, ni las frambuesas rebosando en los matorrales; no beberé
del estanque; ni nombraré a los pájaros o a los árboles;
ni susurraré mi propio nombre.
Una mañana
la zorra bajó de la colina, reluciente y segura,
y no me vio—y pensé
así es el mundo.
No estoy en él.
Es hermoso.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos