1 de octubre 2017

                                                         Photo credit: Mattia Notari via VisualHunt / CC BY-NC-SA

Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “Muddling Through” septiembre 8, 2017


El lado izquierdo de nuestro cerebro cree firmemente en la estrategia. Planear y controlar el futuro es un objetivo incuestionable para la mayoría de los administradores y políticos modernos. Buscan un algoritmo perfecto, utópico, que sea capaz de vencer a la imagen común del Dios que lo sabe todo, que puede hacer lo que quiera. Pero cuando vez el caos rampante en la Casa Blanca, o la confusión en el gobierno Británico en la forma de lidiar con el Breixit o cuando hablas en privado con la mayoría de los Directores Generales de empresas, la realidad es muy diferente. Atrás de la fachada de tener el control está el miedo, incertidumbre y solo tratar de lidiar con una crisis tras otra sin perder credibilidad o beneficio. Las personas por lo general se sorprenden —con un vago sentido de gratitud hacia algo— cuando las cosas resultan como las planearon.

Así es la vida, en donde los mejores planes pueden ser barridos en un instante por un huracán, un diagnóstico médico, una caída en paridad o por clickear “enviar” por error. No es de extrañar que tengamos miedo y que manejemos el miedo al incrustarnos en la seguridad de nuestras rutinas en las que las “vacaciones” solo sirven para reforzarlas.

Tal vez aquí es donde “el temor de Dios” viene a rescatarnos. De acuerdo a las Escrituras es el principio de la sabiduría. El miedo es una mala traducción, sin embargo, porque evoca el castigo o la culpa. Con toda razón tememos a los neo-nazis, pero esa es una clase de miedo diferente. El temor de Dios es parecido a la sensación de vastedad y vulnerabilidad que sentimos cuando miramos a la orilla de un acantilado, o la maravilloso del momento de un nacimiento o fallecimiento o la declaración de amor mutuo, o la noche anterior a contraer matrimonio o la profesión monástica.

Este así llamado temor de Dios no se parece al miedo ordinario, sino que es algo cercano a la maravilla, al asombro, y a la pura emoción al ver nuestro mundo ser deconstruido y transformado. Es la revelación de nuevas formas de ser que desconocíamos o de las que hemos estado escépticos anteriormente. Las parábolas de Jesús impactan esta revelación a través de su exageración y lo cercano a lo absurdo. (…)

Sin embargo, una vez que hemos aceptado esta revelación de lo desconocido, no sentimos la ansiedad e inseguridad que tememos y evadimos, sino una clase de paz nueva y la misteriosa certidumbre de la fe. Hay otra forma de equilibrar la real y temerosa imprevisibilidad de la vida con una calma y adaptación con humor a las circunstancias. Esto se encuentra a través de la meditación conforme hacemos un hábito de pobreza e impotencia y descubrimos que estas cualidades de la conciencia no son la causa del temor psicológico sino el antídoto al miedo de todo tipo, excepto el temor de Dios.

Al decir el mantra, reconocemos y aceptamos el embrollo de nuestras mentes y vidas. Eventualmente, nos volvemos intrépidos. Caminamos por el campo minado de la vida con un paso más ligero. Con esa aceptación empezamos a ver el potencial y los patrones en el caos. Nos acordamos que el Espíritu de Dios puede hacer lo que los consultores no pueden. Trae al cosmos fuera del caos y establece la experiencia de la creatividad mucho más alto que la compulsión de controlar.

 

Después de la meditación: “Outside Hay Pile 1956,” por Tom Hennen en DARKNESS STICKS TO EVERYTHING: Collected and New Poems (Port Townsend, WA: Copper Canyon Press, 2013), pág. 136

Fuera de la Pila de Heno 1956

Las obscuras noches del verano conducen al otoño

Y la helada que flota a mi alrededor.

El aire frío de las sombras fluyó sobre mí

Hacia el abrigo de lana que llevaba

Que olía a granero y aceite de tractor.

A mis espaldas en la pila de heno

Miré la Vía Láctea

Girando a través de la obscuridad lejana

Como un camino rural.

Estrellas ondulando como nubes de polvo

Atrás de una camioneta pick-up.

Si alguien me fuera a preguntar a donde conduce este camino,

¿quién se atrevería a responder?

Cuando al perro puso su cabeza en mi cara

Me agarré a su pelo con ambas manos

Para evitar caer hacia el cielo.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos